Opinión

Autocrítica

Hacer balance. Dos palabras que abarcan un mundo de intenciones, resultados, pérdidas, ganancias... y muy poquita autocrítica. Ya les avanzo que la raza humana es muy dada a criticar (a los demás), pero aplicarse el cuento no es, precisamente, el deporte nacional. 

Estamos en un mundo donde prima la perfección —ahí están las instagramers vendiendo un mundo irreal a nuestr@s jovencitas—: estar guapas y delgadas, tener una familia cuqui, cobrar un sueldazo, poner un cochazo a la puerta, hacer viajes de ensueño a las Maldivas o a Bahamas. ¿Quién no querría eso? 

Conozco a gente que lleva ese ritmo de vida, y muchas veces me he preguntado si serán más felices que yo. Y como buena gallega, me contesto: depende.

Depende de cuáles sean tus prioridades en la vida. Si eres materialista y la felicidad pasa por cuántos ceros hay en la cuenta corriente, poseer bienes materiales inalcanzables para una inmensa mayoría, y disfrutar de un ropero que ni Georgina, entonces más te vale que la crisis no te cruja.

En mi caso las cosas que me hacen feliz son intangibles, no las venden en las tiendas, así seas la nieta de Onassis o de Amancio Ortega. Simples, sí; pero no por ello fáciles de conseguir.

Cuando faltan apenas unas horas para que acabe 2022, quizá es el momento idóneo para poner en la balanza los últimos doce meses. En mi caso resulta fácil hacer autocrítica: trabajo demasiado, me divierto menos de lo que debería, mis amigos son una especie en vías de extinción —hartos de mi vida de work alcoholic— y mi estrés está por las nubes.

Pero no todo ha sido malo: he viajado más que en los últimos cinco años, he retomado aficiones que tenía abandonadas, me he reído hasta llorar, y he ahorrado lo suficiente para comprar un coche. Y, sobre todo, he tenido salud y suerte.

¿Y 2023? Virgencita, déjame como estoy.

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