Opinión

Arcadio

Arcadio Silvosa. ARCHIVO
photo_camera Arcadio Silvosa. ARCHIVO

Iba a escribir sobre los populismos y los golpes de Estados en pleno siglo XXI, pero otra noticia más impactante, por cercana, se produjo. Murió Arcadio Silvosa, uno de los nuestros, emblema de la Ser-Lugo y el hombre de la sonrisa eterna.

La noticia corrió como la pólvora. Su muerte, tras años de fatigas, impresionó por igual. Apenas lo conocía, de vista nos habíamos visto tropecientas veces, amigos en común teníamos a porrón, pero lo que se dice coincidir solo me acuerdo de una vez. Y segurísimo que hubo más. 

Fue en las fiestas de Santiago, en Xustás, hace más de dos décadas o así. Estaba recién llegada a Lugo, y casi no conocía a nadie, no como ahora que ya parezco una LTV (lucense de toda la vida), que si me apuran me conozco el árbol genealógico de algunas familias.

Salimos de la vieja Redacción de El Progreso, en el cogollo de intramurallas, era verano y ninguna gana de ir para casa. Y estando con Elías Ferreiro, entrañable y también añorado amigo, el destino estaba claro un 25 de julio: Xustás, porque ni Tosar lo superaba como embajador de la localidad.

Allí nos fuimos Alfonso Riveiro (actual director del periódico), su mujer Ana, Elías y yo. En la carballeira sonaba la orquesta —no sé si sería la Panorama, Olympus o París de Noia, pero quitaba el hipo—, y allí estaba Arcadio.

Había tenido los mismos planes que nosotros, ir a Xustás, nada extraño siendo él de San Xiao de Mos, como Maloca, otro ilustre periodista. Ustedes no tienen por qué saberlo, pero a los periodistas Dios los cría, y ellos se juntan. 

Arcadio lucía orondo, con su eterna sonrisa y bonhomía. Todavía no había iniciado una transformación vital y física que le hizo perder unos 50 kilos, apostar por el deporte y dejar el periodismo por la política. Eso vino mucho después, como el ictus que le dejó con severísimas secuelas.

No, ese día reímos, y disfrutamos entre amigos. Los mismos que hoy lo lloran. D.E.P.

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