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Usted no sabe quién soy yo

Una matedura de pata política sirve para desviar la atención de temas trascendentes

Soy un poco descreído. En realidad, pienso que no siempre fui así de incrédulo. Me cuenta mi madre que cuando era pequeño, e incluso unos años después de haber entrado en la adolescencia, era bastante infantilón. Que cualquiera me engañaba, porque no desconfiaba nunca de las personas. No es que me haya vuelto con la edad un escéptico irredento. No es eso. Todavía no he llegado a ese extremo. Podría haberlo hecho y tendría una justificación más que lograda para ello. A fin de cuentas ejerzo una profesión en la que intentan metérmela doblada prácticamente todos los días del año natural. Conozco a unos cuantos tipos que, por bastante menos, se han tirado al monte. No se creen nada de lo que les cuentan y solo la mitad de lo que ven ellos mismos. Al menos, eso dicen. Es cierto que hasta tus propios ojos te engañan a veces. Estos días estoy leyendo en los periódicos y escuchando por la radio las noticias que hacen referencia al altercado protagonizado por la diputada Paula Quinteiro, de En Marea, en Santiago. También estoy pendiente, por cierto, de ese asuntillo que salpica a la presidenta de la Comunidad de Madrid, la señora Cifuentes. La posible falsificación de un par de notas para presumir de máster universitario. Y lo hago en ambos casos con la ceja levantada. La una y la otra defienden su inocencia. Las dos son señaladas por terceras personas. La podemita por ser una supuesta idiota, una niñata con carné de parlamentaria, y la popular por algo un poquito más grave. Ambas dieron explicaciones, su versión de lo sucedido. La madrileña asegura que aprobó todas las materias y que este enredo se debe a un error administrativo. La viguesa dijo que solo pretendía «mediar» entre la policía y uno de sus amigos, al que los agentes le pedían que se identificase por romper los retrovisores de varios coches.

Por razón de proximidad, me emociona un poco más lo que sucede cerca de casa. Además, no creo que lo de Cifuentes, sea o no cierto que utilizó sus influencias para inflar el currículo, vaya a tener más consecuencias que el pertinente ruido mediático. Las dimisiones se venden caras en el PP de Madrid. Peor suerte puede correr la incipiente carrera de la gallega en las procelosas aguas de la política. Según el atestado policial, Quinteiro se identificó ante los agentes como «diputada» y llegó a decirles que estaban «interfiriendo su labor como parlamentaria». De hecho, si hacemos caso de la versión de los funcionarios, incluso se atrevió a amenazarlos con "una interpelación" ante "la Cámara gallega por la actuación" de los policías. Todo un acierto y un ejemplo de prudencia e inteligencia emocional para una millennial que sabe, o debería, aunque solo sea por pertenecer a una generación criada a los pechos de las redes sociales y de los móviles con cámara, que cualquier gilipollez o comportamiento inadecuado por parte de un cargo público está hoy más expuesto que nunca al escarnio general. Eso si los hechos sucedieron así, como figura en el informe, porque ella aseguró que lo único que pretendía "era buscar una solución". Bien es cierto que no llegó aclarar qué pretendía arreglar exactamente, porque se entiende que no estaba buscando a los propietarios de los vehículos para abonarles el coste de la reparación de sus coches.

De poco ha servido que la diputada, la más joven de la cámara autonómica, pidiese públicamente disculpas. La coordinadora de En Marea ha solicitado su dimisión. El partido instrumental tomará hoy una decisión. Veremos en qué se queda todo esto. Lo cierto es que hasta un histórico como Xosé Manuel Beiras le ha enseñado el camino de salida. A su juicio, lo que hizo la parlamentaria de Podemos es un auténtico disparate. "Si yo fuese Paula Quinteiro, dimitiría", aclaró, porque "la izquierda tiene que dar ejemplo y tiene que practicar una ética absolutamente irreprochable".

En el fondo, ese es el problema. El comportamiento supuestamente inadecuado de una diputada le ha dado munición al Partido Popular, que puede emplear este tipo de escándalos para desviar el foco de atención de los casos de corrupción que salpican sus filas y de otros temas que cuestionan su propia acción política, como la huelga de los funcionarios de Justicia o las protestas de los pensionistas. No hay nada como el jaleo para sembrar confusión. Tampoco nada que llegue de forma más directa al corazón del personal que el abuso de autoridad. La metedura de pata ha sido mayúscula. A fin de cuentas, alguien que preconiza la llegada de la nueva política ha caído en algo tan viejo como el "usted no sabe quién soy yo".

Lo de Paula Quinteiro no tiene más trascendencia que el hecho en sí. En todo caso, los partidos políticos deberían plantearse si les compensa llevar a críos en sus listas, tengan la edad que tengan, porque los hay de veinte y los hay de cincuenta. Dan alegría y levantan el ánimo, pero a veces se mean en la cama. Quien con niños se acuesta, mojado se levanta. Ya se sabe. Peor es que te roben la cartera, pero de eso hablamos otro día.

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