Opinión

Sillas vacías

Las restricciones de las autoridades sanitarias buscan "salvar" la celebración de la Navidad

NO ES LA PRIMERA VEZ que lo comento. En condiciones normales, disfruto mucho de las fiestas navideñas. En mi familia ha sido siempre un tiempo de reunión. Un momento en el año para juntarse alrededor de una mesa y cultivar todo aquello que nos une como tribu. La mayoría somos de plato grande y de trago largo. También disfrutamos mucho de la conversación y de la compañía de aquellos a los que queremos, pero de los que no siempre estamos todo lo cerca que nos gustaría. Cada uno tiene su propia vida. Eso es así. Es un tópico, seguramente demasiado manoseado, pero también es una verdad como un templo gótico. El trabajo y otras muchas obligaciones diarias nos mantienen a todos ocupados con nuestras cosas. Por esas mismas razones vivimos también en lugares diferentes, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de los demás. Pequeñas distancias parecen a veces travesías transoceánicas cuando las horas del día se quedan cortas para hacer todo lo que tenemos que hacer. O lo que nosotros creemos que tenemos que hacer. Quién sabe. A veces nos complicamos sin necesidad, quizás porque no sabemos organizarnos mejor. O porque simplemente le damos demasiada importancia a asuntos que no se la merecen tanto.

Supongo que da lo mismo. No merece la pena darle demasiadas vueltas. Sucede que a veces necesitamos de una fecha señalada para juntarnos. Precisamos de ese momento que queda fijado en el calendario de un año para otro. Esos días que no se pueden adelantar ni atrasar. Esas fiestas que son cuando son, ni antes ni después. Estamos separados física pero no emocionalmente. Esa celebración nos invita, o mejor dicho, nos conmina, a reencontrarnos. A compartir un poco de tiempo para volver a hablar entre nosotros. Para recordar buenos tiempos, pero también para arroparnos ante las tragedias, esas que por desgracia no faltan en ninguna familia. Para contarnos cómo nos va y qué planes tenemos para el futuro. Por supuesto, para estar por estar. Sin más aspiraciones ni expectativas que pasar un buen rato con gente a la que aprecias y en la que tantas veces has depositado tu confianza. Puede que a la mesa se siente también alguno que disfruta de dar por saco, pero a esos es mejor ignorarlos. O emborracharlos, para que no se reconozcan ni delante del espejo. Hay gente que no se soporta ni a sí misma.

Tengo que reconocer que es un tiempo en el que se echa mucho de menos a aquellos que ya no están. A los que agotaron su vida y a los que se fueron de forma dolorosamente prematura. Las ausencias son difíciles de disimular. Hay sillas vacías que nadie ocupa, aunque alguien se siente sobre ellas. También las penas nos unen como familia. El recuerdo perenne de las personas a las que sentimos en falta, de forma especial cuando todos los suyos nos juntamos de nuevo alrededor de la mesa. Casi es una forma de respeto a su memoria. Reafirmar que no somos eslabones separados, sino partes de una misma cadena. Por eso, precisamente, es también un momento de bienvenida. Para recibir con los brazos abiertos a los que llegan. A aquellos que nacen a una nueva vida, pero también a quienes se van sumando al grupo por decisión propia.

Las puertas nunca deberían estar cerradas en esas fechas. Veremos lo que sucede este año. Las autoridades sanitarias han adoptado medidas para tratar de "salvar" estas fiestas. Para frenar el avance del coronavirus, ahora mismo no se puede entrar ni salir de Lugo sin una causa debidamente justificada. Toda la hostelería está cerrada y están prohibidas las reuniones de personas que no convivan bajo el mismo techo. Son restricciones muy duras. En todo caso, más livianas que un confinamiento domiciliario como el que padecimos en primavera.

Ojalá que sean suficientes. Ojalá que podamos reunirnos en Navidad. Por nosotros mismos y por todos los demás. Si no es así, habrá demasiadas sillas vacías alrededor de la mesa.

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