Opinión

Hacia una filosofía del espacio

La cuestión del espacio siempre ha interesado a los filósofos, desde los presocráticos hasta la actualidad. Lo cual es lógico, entre otras cosas porque la filosofía occidental estuvo muy vinculada desde sus orígenes a la astronomía y también a la geometría, la ciencia del espacio puro o formal asimismo creada por la abstracción griega, como puede notarse en los casos de Tales de Mileto, Pitágoras o Platón. Este último consideraba al espacio o lugar (jóra) como una de las tres causas del universo físico, junto con las ideas y el demiurgo o arquitecto del mundo. Su discípulo Aristóteles sin embargo no lo concibió aisladamente, sino como una propiedad de las cosas materiales, sin las cuales no existiría. En la época moderna, Newton postuló un espacio absoluto, independiente de los objetos, capaz por tanto de subsistir por sí mismo; Kant lo describió como «forma a priori de la sensibilidad», es decir, como una estructura de nuestra mente que nos permite aprehender y ordenar las impresiones que llegan a nuestros sentidos. Einstein, en su teoría de la relatividad, engloba a las tres dimensiones espaciales, junto a la cuarta, que es el tiempo, como variables relativas a la masa y la aceleración de los cuerpos, con un límite absoluto que es la velocidad de la luz.

Pero la novedad de nuestra época es que el espacio ahora no es solo un tema de especulación física o metafísica, sino un ámbito práctico donde se desenvuelve nuestra actividad. El hecho de que no nos limitemos ya a ocupar un sitio específico en la Tierra, o a viajar tan solo por esta, sino de que hayamos salido al llamado ‘espacio exterior’ a través de naves y estaciones denominadas precisamente espaciales, y que poco a poco la posibilidad de surcarlo se vaya extendiendo a más personas, obliga a replantear el concepto de espacio mismo y nuestra relación con él. Difícilmente, por ejemplo, se puede mantener la noción aristotélica cuando nos es posible experimentar la condición de ingravidez lejos de nuestro ‘lugar natural’, y cuando sondas y satélites artificiales atraviesan de hecho un medio prácticamente vacío de materia fuera de nuestro planeta. Tampoco parece que un espacio, para desplazarse por el cual se precisan muchos meses o incluso años de navegación sideral, pueda entenderse, al modo kantiano, como una mera condición subjetiva de nuestro aparato perceptual. Y en todo caso, el espacio cósmico (el Espacio, digamos, con mayúscula), que es objeto de nuestro interés en la llamada ‘exploración espacial’—reavivada en estos últimos tiempos por potencias como Estados Unidos, la Unión Europea o China— es desde luego un tema que invita a la reflexión filosófica por diversos motivos, hasta el punto de que semeja empezar a despuntar una nueva ‘Filosofía del Espacio’ o ‘Filosofía espacial’ para referirse de un modo genérico a esa reflexión.

Dentro de ella figura la indagación sobre la naturaleza del espacio, tanto en sentido general como cósmico, transformada ahora, como queda dicho, por la accesibilidad de este último a los seres humanos, así como la meditación acerca del estatuto ontológico y de los derechos de los presuntos habitantes (ya sean inteligentes o simplemente vivos) de otros mundos, junto con la ética espacial, es decir, el estudio de las normas y los valores que deberían de regir nuestra relación con el espacio exterior, incluyendo límites a la contaminación que podamos producir en él. Otra cuestión no menor es la de la posición de la especie humana en el cosmos, en particular la de su posible singularidad y consecuente soledad en él o por el contrario, la de su supuesta comunidad de condición con otros seres extraterrestres; en otros términos: si la vida y la consciencia son o no una excepción única en el universo. Temas como este, de raíz filosófica, guían en la actualidad la investigación científica, estimulando la realización de diversas misiones aeroespaciales (a Marte y otros puntos del sistema solar) encaminadas a despejar empíricamente la incógnita; de modo que la curiosidad por el espacio, que partió de la filosofía, recae sobre ella de nuevo a través del bucle de la ciencia y la tecnología.

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