Opinión

El peso de las decisiones

La vida consiste en tomar decisiones. Eso es indiscutible. Incluso dejarse llevar sin pensar demasiado las cosas es una decisión. Todos queremos elegir nuestro camino con el mínimo de interferencias y que nadie nos marque el rumbo de nuestro destino. Por lo general, nos crea rechazo que nos echen en cara nuestros errores y preferimos aprender a golpe de equivocarnos. De hecho, esa es una de las ventajas de ser adulto, que se pueden tomar decisiones, aunque después haya que apechugar con las consecuencias.

Cuando somos niños estamos deseando cumplir los 18 años para poder hacernos un tatuaje, ponernos un ‘piercing’, salir de fiesta hasta la hora que nos dé la gana o teñirnos el pelo del color de moda. Como si con la mayoría de edad te regalasen inexcusablemente la libertad absoluta. ¡Qué ilusos! Poder decidir está muy bien, pero a veces es peligroso. Lo pienso tras ver el caso de la joven tansexual gallega arrepentida que le reclama al Sergas por haberla operado. Con solo 15 años le diagnosticaron disforia de género porque, después de ver varios foros en internet de personas que habían cambiado de sexo, decidió que quería ser chico. Tras varias entrevistas con médicos y psicólogos le empezaron a dar hormonas y le extirparon los pechos y el útero.

Seis años después, la joven se dio cuenta de que siempre se había sentido mujer y de que los problemas mentales que había tenido en su adolescencia no tenían nada que ver con su transexualidad. Ahora le reclama al sistema sanitario por haber dado luz verde a su proceso sin ningún tipo de seguimiento psiquiátrico. Al parecer, la legislación no permite este control para que ningún facultativo caiga en la tentación de ‘curar’ la transexualidad. ¿Y ahora qué?, ¿quién apechuga con la decisión errónea de consecuencias irreversibles?, ¿una adolescente de 15 años?, ¿sus padres?, ¿el personal sanitario que lo autorizó?, ¿los políticos que hicieron las leyes?... Cuando no hay respuestas, urgen cambios.