Opinión

Uno más

Un día más de rutina en este largo invierno. ¡Qué digo!, en el que sería un larguísimo invierno. Un invierno sin fin. El más largo de mi vida.

Después de levantarnos iniciamos nuestra carrera contrarreloj. Duchas, preparar a los niños, desayunos, bocadillos, mochilas... El ritmo acostumbrado, el habitual en una gran ciudad, trabajando padre y madre y dos niños pequeños.

Comienza la jornada laboral y cada uno en su sitio cumple con sus obligaciones. La tarde es nuestro momento de relax y sosiego. Paseos, juegos, charlas y una cena temprana los cuatro juntos intercambiando nuestros éxitos, avances, dificultades y cuitas del día. Y de vez en cuando, alguien plantea un posible plan conjunto para el fin de semana. Excursiones, viajes, cine, parque de atracciones, juegos o cualquier otra cosa que la imaginación le sugiera. 

Antes de terminar mi jornada laboral he recibido una llamada en el móvil. Acababan de trasladar a mi marido Álvaro al hospital. Salí disparada de la oficina. Al entrar en un box de urgencias no sospechaba lo que iba a suceder: —No te preocupes guapa, me dijo con una sonrisa nada más verme, y prosiguió: —Ahora ya me encuentro bien. Perdí el conocimiento, pero ya ves. Te veo y resucito. Tienes marido y amante para rato. No te librarás de mí. Me acarició el pelo revolviéndolo al acercarme de nuevo para abrazarle. Emocionada le achuché y besé de nuevo. Estaba bien. Todo había sido un susto. Me senté al lado de su cama, cogí sus manos entre las mías. Las besaba con fruición. Estábamos plácidamente juntos. Era el peor comienzo de semana desde que le conocí. Por suerte, nunca le había pasado nada.

En pocos minutos, dejé de sentir el calor y palpitar de su mano. Su cara tenía impresa una sonrisa, pero no me hablaba: —Álvaro, Álvaro, por favor contéstame. ¿Qué te pasa? Y grité: —Un médico, ¡por favor! 

Varias enfermeras, el médico vinieron… el box se llenó. Unos segundos más tarde no necesitaba confirmación de lo que estaba ocurriendo, de lo qué pasó, de lo que había sucedido. Mis ojos lo veían, pero no podían ni querían creerlo. Me negaba a admitirlo. —¿Por qué? ¿Qué habíamos hecho? ¿Por qué a él? ¿Por qué a nosotros?

Volví a abrazar su cuerpo, ya inerte. —Te quiero Álvaro, te quiero mucho. Le repetí lo mucho que le quería. Por primera vez desde que le conocí no tuve respuesta. No me devolvió el clásico: —Yo te quiero más mi niña. Yo te quiero más rubita mía.

Entonces, y tras entrar en una salita durante los minutos que nos dejaron solos, le susurré en el oído derecho lo mucho que le quería. Y después, en el oído izquierdo lo afortunada que había sido siempre a su lado.

Una vez más, le dije lo feliz que había sido con él. Cinco años de novios y doce de casados. Nuestra felicidad se había colmado con nuestros dos hijos. Un tercero hubiera sido otra bendición más que añadir a nuestra unión. Estábamos detrás de ese tercero.

Ahora te abrazo. Te acaricio y te beso. Como he hecho tantas, tantísimas veces, pero…

Recuerdo mis abrazos anteriores. Me había echado entre tus brazos porque me gustas y te quiero. Siempre me habías correspondido. Siempre había sentido tu anhelo, incluso ansia para recibirme. Entre tus entrañables y protectores brazos me he sentido querida y cobijada. Un abrazo tierno y cariñoso de todo tu cuerpo para acogerme en plenitud.

Tus caricias y las mías han sido las de dos personas rotundamente enamoradas. Unas caricias suaves, eróticas y emocionantes. Acompasadas con tanto ímpetu y pasión que han hecho vibrar todo mi cuerpo y espíritu hasta estremecerme. 

Los besos brotaban sin descanso desde la profunda admiración que te profeso. Nacían del fondo de mi alma. No importaba dónde y cómo te besara. Ni un beso sin devolver por ti con el arrebato, los deseos y pasión que ponías. Porque cada uno de tus delicados y conmovedores besos me removían por dentro y por fuera. Porque solo tú has sabido llegar a lo más profundo de mi ser oculto y escondido para los demás. Solo tú has sabido conmoverme. 

Y ahora, por primera vez en mi vida no hallo respuesta en mis besos, en mis abrazos, ni en mis caricias. Si yo lo hubiera sabido. Si hubiera intuido que solo viviría a tu lado unos minutos más... —Sabes mi amor. Solo una cosa más te hubiera ofrecido
un abrazo
una caricia
un beso

—Y, te lo hubiera dado 

como si fuera el primero
como si fuera el último 
como si fuera el único. 

Comentarios