Opinión

Normas para identificarse

HACE UN millón de años fui a una fiesta de disfraces en El Piano, uno de los locales nocturnos que dieron el pistoletazo de salida nocturna a mi generación en Ribadeo. Nada más llegar me encontré a una amiga vestida de cortesana de Versalles pero sin máscara, solo con unas enormes gafas de sol al estilo de las que se ponen algunas famosas en los aeropuertos para que las reconozcan. Solo con ese mínimo atrezzo, unas gafas de sol, no supe quién era hasta que me habló.

Volvió a pasarme muchas veces y ya no digamos con conocidos que van en moto. No hay manera de que identifique a ninguno. Soy un fisonomista tan pésimo que al final opté por saludar con entusiasmo a quien sea que me salude y ni me molesto en pensar quién será. Esto que hasta ahora fue una molestia algunas veces incómoda pero, por lo general, casi divertida, puede convertirse en un problemón como nos hagan andar a todos con  mascarilla por la calle.

Siguiendo esta nueva costumbre de hacer cálculos numéricos que tanto nos gusta desde hace dos meses estimo que perderé en torno a un 20 por ciento de mis amigos por no saludarles. Veré unos ojos fruncidos sobre una mascarilla verde y creeré que es Fernando Simón enfadado porque acabo de hacer algo que pone en peligro la nueva normalidad. Si nos mandan poner mascarilla por la calle que hagan como en los congresos y nos obliguen a llevar una tarjeta identificativa. Esto va tomando mal cariz. Echo de menos la época en que solo nos mandaban lavarnos las manos. 

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