Opinión

Las cosas que perdí

NO APARECEN en las tiendas las katiuskas que perdí hace 35 años. Solo hay unas amarillas con regusto a marinero de agua dulce. No encuentro un teléfono que sepa cómo funciona: girando una rosca. Solo unos que, en esencia, te vigilan y tratan de explicarle a Google no quién eres, sino qué quieres. Es pura semántica: le siguen llamando teléfono con el único objetivo de que no desconfiemos de ellos. No encuentro en las galletas el sabor de un desayuno ni en el jamón cocido el de la merienda. La Nocilla anda cerca, pero esa pizca que le falta es lo que más me hace desconfiar: algo pasó con la leche, cacao, avellanas y azúcar. Perdí por el camino unas cuantas expresiones como ‘ir de for you’, ‘qué pasa, tío’ o ‘no te coscas’ y me enerva esa de ‘bueno no, lo siguiente’. Lo siguiente a bueno es mejor, o buenísimo, o excelente, o una pasada. La Nocilla era una pasada, pero aún no lo sabíamos. Ya no hay excusas para llegar tarde, como que se me paró el reloj, y ya no llego tarde, simplemente no llego. Y perdí el tiempo. El tiempo siempre es el mismo, un minuto; sesenta segundos. Antes lo perdía a voluntad, ahora solo con chorradas.

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