Opinión

La venganza más sutil

QUÉ FEO está alegrarse del mal ajeno. Y sin embargo es una asignatura troncal en Humanidades. No exagero ni monto un escándalo si dejo por escrito lo que intuyo que todos pensamos cuando supimos que a Boris Johnson, el primer ministro británico, lo ingresaron en la Uci: «Le está bien empleado». No sé si el CIS hará un estudio al respecto, pero es probable que el lunes subiera medio punto el porcentaje de aprobación a la gestión de Pedro Sánchez en todo este tinglado. Solo por darle en la cabeza a Johnson. Porque estés o no de acuerdo con lo que están haciendo aquí fue imposible no tomarse como algo personal aquella intervención estelar del Premier que quedará para la historia. Aquella en la que dijo que él no iba a hacer gran cosa. Pasaría la enfermedad, todo seguiría funcionando como si nada y serían una economía fuerte y saneada. Vale que morirían varios miles de personas pero, al fin y al cabo, ¿qué son unos cuantos cadáveres ante las ganancias de la City? Nimiedades. Todos entendimos lo que estaba diciendo de verdad: «En Italia y en España no tenéis la menor idea de nada. Vais a ver ahora cómo arreglo yo esto. Y sin tener que peinarme siquiera». Claro que el punto de vista cambia de forma notable cuando uno de los que van a morirse puedes ser tú. Puede que después de todo sí importase tener mascarillas, tal vez la distancia de seguridad sirva de algo, puede que me haya portado como un mamarracho. Lo que sea con tal de no pasar a la historia como el Primer Ministro que murió por imbécil.

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