Opinión

En noches como esta

PARA LO que queremos a nuestros muertos hay que ver lo que los maltratamos. Dejamos sus últimas moradas llenas de flores horribles, con un toque funerario demasiado redundante. Y no es que la muerte sea algo agradable, pero esto que hacemos es regodearse en la desgracia, insistir en el desastre y amplificar la calamidad. Ya es bastante que falten los que faltan para donarles otra mortaja disfrazada de pétalos de colores. Se da la paradoja de que muchos de ellos fueron amantes de la flores o de la naturaleza en general, y si estuvieran vivos clamarían por que algún día les llevásemos una lila arrancada de una vereda del camino, o tal vez un rododendro robado en una tapia o un brezo recortado de la roca desnuda o, ya que estamos donde estamos, una chorima que nos pinchase al podarla. Tal noche como la de hoy fue la que más miedo pasé en mi vida, con una vista del cementerio de Sante desde arriba, plagado de velas rojas y flores blancas. Iba a por un litro leche recién ordeñada con una botella de La Casera. Vi todos los funerales que algún día se hicieron allí y el humo ascendente de las velas apelotonadas me hicieron ver que la muerte no es para mí.

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