Opinión

Cuando el trofeo soy yo

EL DÍA en que tienes una rabieta de niñato porque el equipo en que juegas ganó la Champions y hasta Rajoy se olvidó de que lo mismo lo desalojan de La Moncloa, lo menos que te debería pasar es que te diesen un par de collejas. Eres Cristiano Ronaldo y eso no va a pasar, porque quien te las tiene que dar es tu representante o tu presidente, tíos que podrías llegar a pensar que dependen de ti. Y dependen, pero solo a corto plazo. Contra lo que piensas eres uno de esos trofeos de caza que cuelgan disecados sobre la chimenea. En cuanto te haces con un ciervo con la cornamenta más lucida a ti te llevan al punto limpio o te arrinconan en el sótano, con otros jabalíes, corzos y osos cazados en un pasado remoto. Me gustan esos bramidos de un Cristiano Ronaldo no en celo, sino celoso. Un sentimiento que le consume y que le hace verlo todo reflejado en un espejo en el que siempre sale él y al que repite de forma insana siempre lo mismo: «Espejito, espejito, ¿quién es el mejor jugador del mundo?». Si el espejo bufa hastiado de responder siempre lo mismo, insinúa que es un canijo argentino o simplemente dice «hoy en concreto, tú no», Ronaldo se enfurruña y quiere irse. No del Madrid, del mundo real.

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