Opinión

La larga travesía hacía el soberanismo. "In, inda, independència"

HACE TRES SEMANAS, en esta misma sección [Ver nota a pie de artículo], el relato sobre el nacionalismo catalán se quedó en la ejecución de Lluís Companys en 1940. Hacemos ahora un salto en el tiempo, soslayando la oscura etapa del franquismo, que no hizo más que avivar el odio hacia cualquier tipo de regionalismo, y nos trasladamos hasta 1977. Ese año el gobierno de UCD, presidido por Adolfo Suárez, rehabilitó de forma provisional la Generalitat de Cataluña y reconoció la legitimidad en el cargo a su presidente, el mítico dirigente republicano Josep Tarradellas, que volvía del exilio.

Tarradellas, asomado al balcón de la Generalitat, se dirigió al gentío con una ya legendaria frase: "Citadans de Catalunya, ja sóc aquí" —la locución tiene enjundia, como veremos en el epílogo—. Además, el controvertido líder de ERC, que siempre defendió la cultura catalana desde una óptica no secesionista, expresaba poco después: "Toda mi obsesión es no volver a caer en una política como la que desembocó en aquel día. El 6 de octubre [de 1934, cuando  Companys declaró el Estado Catalán dentro de la República] pesó mucho sobre mí". Y así lo hizo.

La Constitución de 1978, que en Cataluña fue refrendada por el 91,09% de los votantes, y el nuevo Estatuto de 1979, le otorgaron a la flamante comunidad autónoma unas competencias que cumplieron —e incluso sobrepasaron— la mayor parte de los objetivos políticos del nacionalismo catalán de finales del siglo XIX y principios del XX. El 20 de marzo de 1980 se celebraron las elecciones al Parlament, las primeras desde la Segunda República, que encumbraron a Jordi Pujol como presidente de la Generalitat.

El político de Convergencia Democrática de Cataluña —integrado en la coalición CiU— mantuvo un liderazgo político indiscutible durante casi cinco lustros, modernizó la Admisnistración autonómica catalana y bajo su batuta se aprobaron normas de capital importancia para la comunidad como la Ley de Normalización Lingüística (1983) o la controvertida Ley de Política Lingüística (1998). Durante ese tiempo, los diputados de CiU en Madrid exhibieron músculo brindando su apoyo en la Cámara a los sucesivos gobiernos, tanto del PSOE como del PP, a cambio de mejoras para su región; esto es, mayores inversiones y competencias.

 
EL FIN DEL PUJOLISMO. Pujol, que practicó el culto a la personalidad, no tuvo un final molt honorable, pues se vio salpicado en diferentes casos de corrupción, pero todo esto se sabría después, mucho después. El pujolismo acabó en 2003, tras las elecciones al Parlament, cuando los escaños obtenidos por su delfín Artur Mas no fueron suficientes para impedir el gobierno del tripartito PSC-ERC-ICV. Con el socialista Pasqual Maragall como presidente, este gobierno de coalición puso en marcha la reforma del Estatuto de 1979 con la finalidad de incrementar las cotas de autogobierno de Cataluña.  ¡En septiembre de 2005 el Parlament aprobó por abrumadora mayoría el nuevo texto, solo con la negativa del PP catalán. En las Cortes de Madrid —tal y como había acontecido con el Estatuto de Nuria en 1932— se introdujeron importantes modificaciones pese a que el presidente del Gobierno, el socialista Rodríguez Zapatero, se había comprometido a que sería convalidado sin variaciones.

En marzo de 2006, una nueva propuesta del Estatuto, avalada por PSOE e CiU, fue aprobada por el Congreso. Posteriormente lo refrendó el Parlament —en esta ocasión con los votos en contra de PP y ERC, obviamente por motivos bien diferentes— y sometido a referéndum. La participacion fue del 48,9%, escasa, y el  obtuvo el 73,2 % de los sufragios, lo que reflejaba un poco —¿o un mucho?— el desencanto de cierto sector de la sociedad catalana. Aun así, los analistas de la época hablaron de que el texto reconocía claramente la «singularidad de Cataluña en España» y dotaba a esta comunidad del mayor grado de autonomía jamás conseguido en la historia por medio de cauces legales.

RECURSO ANTE EL CONSTITUCIONAL. En septiembre de ese mismo año, el entonces líder de la oposición Mariano Rajoy pidió un referéndum sobre el Estatut, pero votado por toda España. «Esta es la voz de los ciudadanos, señoría, y es muy fácil escucharla y conviene hacerlo», espetó en el hemiciclo. Tres meses antes el PP había recurrido 30 artículos del Estatut, que curiosamente aprobó con el mismo texto en el andaluz tan solo un año después. Incluso la Abogacía del Estado planteó en aquel momento al Tribunal Constitucional (TC) esa notable contradicción. Muchos observadores políticos consideran este hecho como la espoleta que urgían los independentistas.

Lo que no admite controversia es que durante el periodo 2006-2010 el catalanismo del seny se fue radicalizando, y cada vez de forma más descarada la gente fue saliendo a la calle para reclamar "el derecho a decidir" su futuro. Se fue abandonando progresivamente el autonomismo con la "esperanza de alcanzar un país mejor", en palabras del líder nacionalista Artur Mas. Términos hasta ese momento desconocidos se fueron haciendo habituales en los dirigentes nacionalistas: "déficit fiscal", "agravio", «somos una nación"... Incluso se creó la Plataforma por el Derecho a Decidir.

Y, al fin, el TC se pronunció en junio de 2010, lo que supuso un nuevo recorte al texto que había sido aprobado por las Cortes, el Parlament y el pueblo catalán. Esto produjo una inmensa desazón entre sus partidos promotores, que convocaron una manifestación con el lema Som una nació. Nosaltres decidim para protestar contra la sentencia del TC. El presidente de la Generalitat, el socialista José Montilla, encabezaba la multitudinaria marcha, pero tuvo que ausentarse precipitadamente ante la deriva que invadió el evento, con esteladas al viento y gritos de "in, inda, independència". Habría muchas más.

Artur Mas y CiU ganaron las elecciones al Parlament ese mismo año, con un lema primordial en su programa de gobierno: "El derecho a decidir". Mas y su partido defendían la necesidad de un concierto económico similar al del País Vasco y Navarra, descartando en un principio una posible consulta sobre la independencia. Además, desechó cualquier tipo de entendimiento con el PSOE y el PP en Madrid si no apoyaban un pacto fiscal en Cataluña. Dos partidos independentistas, ERC —hasta esos comicios en el gobierno tripartito— y SI (Solidaritat Catalana per la Independència),  eran partidarios de celebrar un referéndum de autodeterminación y desde el Parlament presionarían al nuevo gobierno para conseguirlo.

UN ACONTECIMIENTO DECISIVO. En el año 2011, el de los movimientos sociales conocidos como 15-M, se produjo un suceso singular en Cataluña. El 15 de junio, algunos diputados y miembros del Govern tuvieron que recurrir a vehículos blindados e incluso a un helicóptero para poder entrar en el Parlament, huyendo del acoso de los manifestantes, inflamados por las consignas del 15-M. El procés pudo ser creado para intentar desviar la atención ante la crisis económica y las protestas ciudadanas, interpretaba el periodista Enric Juliana; además, sentenciaba en un artículo en La Vanguardia que CiU empezó a creer que «si es hora de los radicales, también nosotros vamos a ser radicales», tras bajar en los sondeos.

El 11 de septiembre de 2012 se produjo en Barcelona la primera gran manifestación a favor de la independencia, con más de un millón de personas en las calles. Desde entonces, en cada celebración de la Diada, hay marchas en pro de la secesión. El día 20 de ese mes, el presidente del Gobierno Mariano Rajoy rechazó la petición de Artur Mas de negociar un modelo de financiación análogo al concierto vasco. Mas decidió adelantar las elecciones con la promesa de "convocar un referéndum sobre la independencia".

Hay que matizar aquí que en el año 1980, el Gobierno central había ofrecido al catalán que tuviera un régimen económico similar al vasco y el navarro, pero fue rechazado por el Ejecutivo de Jordi Pujol por estimar que una Hacienda catalana sería tan impopular como poco eficiente.

Las elecciones de noviembre arrojaron en el Parlament una mayoría de los partidos que defendían la separación —algo que se ha repetido a partir de aquel momento—, con una significativa bajada de CiU acorde a la subida de ERC y la irrupción en el panorama político de la CUP (Candidatura d’Unitat Popular). Esquerra apoyó la investidura de Mas pero declinó entrar en su gobierno.

Desde el año 2013 el Parlament y el TC empezaron a jugar al gato y al ratón. La Cámara aprobando textos en los que se proclamaba la soberanía jurídica y política del pueblo catalán —esto es, haciendo camino hacia la consulta sobre la independencia— y el Constitucional vetando resoluciones y/o declaraciones, incluso de manera profiláctica. Y todavía prosiguen.

Aun así, el 9-N de 2014 se celebró una consulta oficiosa sobre la independencia. Más de dos millones de personas acudieron a votar, con un 80% de prosélitos al cisma. En septiembre de 2015, la coalición de CDC+ERC Junts pel Sí (JxSÍ) venció en las Autónomicas, a las que Mas les había concedido un carácter plebiscitario; sin embargo la CUP forzó al presidente en funciones a echarse a un lado y su lugar fue ocupado por Carles Puigdemont. Con él se destapó la caja de Pandora, el embate final hacia la "in, inda, indepèndencia", como veremos dentro de siete días en el epílogo de esta larga crónica.

Los otros artículos publicados sobre el nacionalismo catalán
‘La Guerra de Su(Se)cesión Española. Entre la realidad y el mito’ (El Progreso, 8/9/2018, página 31)
▶ ‘El primer Estatuto de Cataluña. Autonomía y República’ (El Progreso, 29/9/2018, página 33)
En la web: todos los artículos de Nacho Fouz

Comentarios