Opinión

La Guerra de (Se/Su)cesión Española

En las próximas líneas intentaré desmenuzar la ‘idolatrada’ guerra de (se/su)cesión catalana, a principios del siglo XVIII, y el camino que condujo hasta ella

ME ENAMORÉ de la Historia siendo un párvulo, en la clase que la señorita Carmiña impartía en un bajo de los soportales de Montirón —hoy en día convertido en local social de la asociación de vecinos—, allá por los años 70. Recuerdo perfectamente sus entrañables relatos, que versaban sobre grandes civilizaciones y hazañas. Mi personaje favorito era el Cid Campeador, con su espada, su caballo y su desventura. Visualizábamos lo que la profesora nos decía en los dibujos de unos ajados libros que ocupaban las estanterías de la pequeña escuela —probablemente se tratara de la Enciclopedia Álvarez—, lo que disparaba el ingenio.

Al salir del colegio, cogía mi vara y mi quijotesca imaginación —además de la merienda— y jugaba a ser... el Cid, remedando su historia, que consideraba tan veraz como hermosa. Con el paso de los años me di cuenta de que no toda la Historia que narran los libros —o internet, las redes sociales, algunos historiadores, etc.— es tan verídica. Depende de quién, cómo y cuándo lo cuente y la pasión que se desee transmitir. No debería ser así, pero lo es. Y por supuesto dejo al margen la aparición de nuevas huellas que puedan variar los libros de Historia, que las hay, como por ejemplo que Cristóbal Colón no fue el primero en pisar América, aunque algunos todavía se resistan a reconocerlo.

Al salir del colegio, cogía mi vara y mi quijotesca imaginación —además de la merienda— y jugaba a ser... el Cid, remedando su historia, que consideraba tan veraz como hermosa

En las próximas líneas intentaré desmenuzar la ‘idolatrada’ guerra de (se/su)cesión catalana, a principios del siglo XVIII, y el camino que condujo hasta ella. Recurriré a los libros de Historia, claro, pero con la mente fría, glacial. Antes de hacer ‘flashback’ hasta la Edad Moderna, nos situamos en el 11 de septiembre de 2012, cuando un millón y medio de personas asistieron en Barcelona a la manifestación por la Diada, bajo el lema «Cataluña, nuevo estado de Europa». Esa fecha supuso el «inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de República», según el documento registrado en el Parlament por Junts pel Sí y la CUP. Muchas, muchísimas cosas han acontecido desde entonces y cada año, cada 11 de septiembre, los independentistas recuerdan que en la Diada se conmemora el gran hito de la confrontación entre España y Cataluña, cuando esta última intentó ¿segregarse? y fue vituperada ‘a sangre y fuego’, como en el libro de Manuel Chaves Nogales.

ANTECEDENTES

El siglo XVII supuso el fin de la hegemonía española en Europa hasta quedar reducida a potencia de segundo rango en la centuria siguiente. La depresión económica y los innumerables conflictos exteriores acabaron por lacerar el dominio europeo de los Habsburgo. En política interior, las medidas unificadoras de los validos —sobre todo del conde-duque de Olivares— fracasaron debido a la realidad heterogénea de la monarquía. De hecho, el intento de alcanzar la verdadera unión de todos los reinos y el esfuerzo económico requerido de ellos para sustentar la política exterior habían provocado, en el año 1640, la sublevación de Cataluña y la secesión de Portugal.

En este infeliz contexto, durante el reinado de Carlos II ‘el Hechizado’ (1665-1700), la débil monarquía de los Austrias tuvo que aceptar sin reservas la multiplicidad política de los nuevos Estados —denominada neoforalismo—. No obstante, la pérdida definitiva del prestigio internacional de España, como ya he mencionado, en beneficio de Francia y la ausencia de descendencia del monarca van a desembocar en un problema sucesorio. En él se van a implicar todas las grandes potencias de Europa, provocando en nuestro país una doble contienda, civil e internacional, conocida como la Guerra de Sucesión Española.

EL INICIO DEL CONFLICTO

El 6 de noviembre del 1700, la noticia del fallecimiento de Carlos II llegó a Versalles. Diez días más tarde, el soberano galo Luis XIV anunció que aceptaba lo estipulado en el testamento del rey español. Este cedía la corona al todavía imberbe Felipe de Anjou, nieto del todopoderoso rey de Francia, que se iba a convertir en Felipe V, el primer monarca hispano de la Casa de los Borbones.

Austria no reconoció a Felipe V como rey y envió su ejército hacia los territorios españoles en Italia, sin previa declaración de guerra

La tensión entre Francia y España y el resto de potencias europeas, que desde un principio desconfiaron del inmenso poder que iban a acumular los Borbones, fue en aumento. Austria no reconoció a Felipe V como rey y envió su ejército hacia los territorios españoles en Italia, sin previa declaración de guerra. El 7 de septiembre de 1701 Inglaterra, el Sacro Imperio Romano Germánico y las Provincias Unidas de los Países Bajos se aliaron para hacer frente a la coalición franco-española firmando el Tratado de La Haya. En la primavera de 1702 se inició simultáneamente la Guerra de Sucesión en dos frentes, Flandes e Italia.

DOS REYES PARA UNA SOLA POLTRONA

Durante los primeros años del conflicto, los ejércitos franceses sufrieron grandes derrotas mientras Inglaterra y Holanda atacaron plazas españolas en Flandes y Austria invadía el Milanesado. En 1703 el archiduque Carlos de Austria fue proclamado en Viena rey de España con el nombre de Carlos III, lo que supuso la coexistencia de dos monarcas por el mismo trono y todo un acicate para los prosélitos a los Habsburgo. En 1704, un ejército acaudillado por el propio rey Carlos entró en España, pero fue rechazado por el duque de Berwick, que comandaba las tropas hispano-galas.

Ese mismo año una gran flota formada por ingleses y holandeses fondeó en Barcelona, esperando un levantamiento popular que finalmente no se produjo. Un año después, otra flota anglo-holandesa tomó la Ciudad Condal. Algunos meses más tarde, Barcelona acabará adhiriéndose a la causa del archiduque; algo crucial, como se verá más adelante. A mediados de 1706 Carlos entró en Madrid y juró como rey de España en Aragón, pero el ejército borbónico tomó la iniciativa y lo obligó a abandonar la capital, derrotándole en las batallas de Almansa, Brihuega y Villaviciosa.

¿Qué aconteció entonces en Barcelona? En la toma de la Ciudad Condal, como sucedió en el resto de España, lucharon tanto por el bando austracista como por el borbónico catalanes, castellanos, gallegos, aragoneses... y muchos extranjeros

En 1711 se produjo un hecho capital en el devenir de los acontecimientos, la muerte sin sucesión del emperador de Austria José I, recayendo el trono en su hermano, el archiduque Carlos. En ese preciso momento, Inglaterra dejó de apoyarle, ante el temor de que acumulase demasiado poder. El 11 de abril de 1713 se firmó la paz con Inglaterra, Holanda y Saboya en el Tratado de Utrecht. España perdió numerosos territorios —Países Bajos, Nápoles, Gibraltar...— y ventajas comerciales, pero Felipe V fue reconocido como único rey de España y de sus colonias de ultramar, tras renunciar a sus derechos a la corona francesa. En marzo de 1714 el Tratado de Rastadt puso fin a la guerra entre Francia y Austria. En consecuencia, el conflicto pasó a ser exclusivamente entre paisanos.

¿Qué aconteció entonces en Barcelona? En la toma de la Ciudad Condal, como sucedió en el resto de España, lucharon tanto por el bando austracista como por el borbónico catalanes, castellanos, gallegos, aragoneses... y muchos extranjeros, como en cualquier otra guerra civil, ¡vaya! Las autoridades barcelonesas —el alcalde Rafael Casanova i Comes , entre otros— eran todavía partidarias del archiduque Carlos, aunque hay que enfatizar que la ciudad había sido plaza borbónica hasta 1705. Llama la atención que el asedio final a la ciudad durara 14 meses cuando la guerra estaba ya decidida.

¿Por qué Barcelona decidió resistir? Según el historiador y ensayista Ricardo García Cárcel, el Tratado de Utrecht comprometía a la monarquía española y a la reina de Inglaterra a resolver el problema catalán. Los ingleses creían que las aspiraciones de Cataluña se centraban en el ámbito económico y que por ahí venía el acuerdo con Felipe V. La gran sorpresa fue el rechazo de las autoridades catalanas a esta propuesta, en un contexto de extraordinaria histeria religiosa. Se hubiera evitado el sitio y la tragedia final, pero Barcelona apostó por lo que se ha denominado «sueño de la razón imposible».

EL ASALTO FINAL

La madrugada del 11 de septiembre de 1714, 20.000 soldados borbónicos, al mando del duque de Berwick, iniciaron el asalto final. La suerte estaba echada, pese a que Rafael Casanova empuñara la bandera de Santa Eulalia —enseña histórica de Barcelona— en las murallas de la ciudad. Los generales austracistas negociaron y capitularon esa misma tarde con el fin de evitar una masacre. Al ocaso, algunos consejeros de la Generalitat izaron la bandera blanca. Felipe V reinaba ya en toda España. Algo tan indiscutible como la represión feroz  que practicó el duque de Berwick tras la toma de la urbe barcelonesa.

El flamante monarca abolió los Fueros de Cataluña en 1716. En realidad, el nuevo Estado borbónico realizó una serie de reformas administrativas y económicas con el fin de lograr la uniformidad institucional; esto es, la centralización del Estado, siguiendo el modelo francés. Pero esto ya es otro relato.

Para concluir: ¿por qué razón habrían de creer que esta historia fue así, como les cuento?

García Cárcel afirmó en una entrevista que «toda la épica y dramática del sitio de 1714 alimenta un discurso ideológico soberanista a caballo entre el victimismo y la nostalgia de la Cataluña que pudo ser antes de esa fecha. Se nos pinta una falsa imagen idealizada de la Cataluña anterior a la guerra sobre la que incidiría la bota militar de Felipe V y los castellanos. Y esto es una distorsión».

Y aquí lo dejo. En otra ocasión disertaré sobre lo que pasó después, mucho después, y de lo que acontece ahora. Para concluir: ¿por qué razón habrían de creer que esta historia fue así, como les cuento? Ya saben, no toda es tan verídica como parece. Salvo que la relate mi querida señorita Carmiña, ¿recuerdan?


 

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