Opinión

El tiempo en un Cartier Santos

YO NO SÉ NADA sobre el tiempo, salvo cómo perderlo. Tampoco sobre cómo medirlo, acostumbro a organizar mis horas por solsticios. Pero hay quienes sí están muy interesados en eso, en que no se les pierda ni un segundo, y se fijan en todo con precisión de relojeros. Uno de ellos confirmó que el reloj que llevaba en la muñeca aquel hombre justo ese día era un Cartier Santos, una pequeña joya que te da la hora por 7.800 dólares. El problema es que hay mucha imitación, por 150 dólares, y el experto no tenía manera de diferenciar el falso del auténtico a simple vista. Se ve que la vida transcurre en ambos más o menos a la misma velocidad.

El Cartier Santos es lo que utiliza para medir su tiempo George Santos, que lo llevaba en su muñeca hace unos días, cuando se estrenó como congresista de los Estados Unidos. Me pareció el guiño perfecto de un hombre cuya vida va muy rápido, tanto que en una sociedad sana debería ser el congresista que menos tiempo estuvo en su puesto de toda la historia.

Pero es que su historia es precisamente la prueba de que esta, la estadounidense y la nuestra, no es una sociedad sana. Vivimos la época cumbre del sinvergüenza, la picaresca aupada a teoría política.

El experto no tenía manera de diferenciar el falso del auténtico a simple vista. Se ve que la vida transcurre en ambos más o menos a la misma velocidad.

Santos, el congresista, no el reloj, fue elegido diputado republicano por Nueva York en las elecciones del pasado noviembre. Era un joven gay salido de la nada para encarnar el sueño americano: hijo de inmigrantes brasileños, «orgulloso judío americano», licenciado en Economía y Finanzas, empleado de Goldman Sachs y Citigroup, sus abuelos maternos habían salido huyendo de Ucrania por la persecución nazi y su madre había fallecido a causa del atentado del 11-S a las Torres Gemelas. Ni Forrest Gump pudo aspirar a tanto. Además, cayó de pie entre los votantes republicanos por su pensamiento encendidamente conservador y su oposición al aborto y a otros derechos individuales. Arrasó.

Entonces, seguro que en un rato perdido, al New York Times le pareció que quizás sería una buena idea preguntar. La respuesta fue, más o menos, que hay que ser o muy tontos o muy ineptos para que Santos pudiera colar una así de gorda: no era judío sino católico, sus abuelos maternos eran de Brasil y no de Ucrania, nunca estudió nada ni obtuvo título alguno, no trabajaba en gigantes financieros sino en un call center y su madre murió 16 años después del 11-S. Lo único que parecía real del congresista era su Cartier Santos, y ni siquiera se puede afirmar que no sea una falsificación. Ah, y está siendo investigado en Brasil por fraude con un talonario; supongo que en su currículum figurará como «cooperación y asesoramiento de proyectos con gobiernos extranjeros».

Ni Forrest Gump pudo aspirar a tanto

Este es el problema de los tiempos, que si esta simple comprobación se hubiera hecho con carácter previo a las elecciones, Santos estaría probablemente en una prisión en lugar de en un escaño. Porque ahora, con el tiempo que le ha costado, se niega a renunciar, consentido además por un Partido Republicano tembloroso que no puede arriesgarse a perder un congresista de su ajustada mayoría. George Santos acaba de votar por Kevin McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes. Quince veces.

Desde la primera vez que permitimos que un engaño luciera como verdad solo por llevar un Cartier Fake News, estaba claro que era solo cuestión de minutos que la mentira marcase nuestro tiempo.

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No es una iglesia, sino el templo de la democracia: la Cámara de Representantes de EE.UU. Quienes rezan arrodillados son los congresistas ultras que boicotearon la elección del presidente. Mientras, otros se preguntaban en qué demonios estaría pensando Dios cuando dejó que fueran elegidos.

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