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Solo hay un error más grave que tomarse al pie de la letra las encuestas: ignorarlas

Pablo Casado, durante la clausura de la Convención Nacional del Partido Popular. CHEMA MOYA
photo_camera Pablo Casado, durante la clausura de la Convención Nacional del Partido Popular. CHEMA MOYA

A JOSÉ BLANCO lo llamaban por Lugo Pepiño, unos por aparentar cercanía con el ministro aquel que todo el mundo decía conocer desde chaval y otros, la mayor parte, por posturero de listillos, para tratar de hacer de menos a un paisano que en esos momentos era una de las personas más poderosas del país. "Pero si ni siquiera ha sido capaz de ganar en su pueblo, en Palas", se repetía como coletilla que zanjaba cualquier conversación al respecto, como si Palas fuera la medida de todas las cosas, poco menos que un Iowa en unos caucus a la española.

Por aquí aún hay muchos que no han perdonado a Pepiño que tuviera el mal gusto de ignorarlos totalmente para convertirse en el hombre que construyó a Zapatero, laminó algunas de las baronías socialistas más trasnochadas para imponer con mano de hierro su ‘pax’ en el PSOE y ocupó una cartera de Fomento que manejaba más de 25.000 millones de euros. Habrase visto, el Pepiño, quién se habrá creído, si ni siquiera fue capaz de ganar en Palas... Por las Españas adelante, ajenas todas ellas al hervidero palense e ignorantes, por tanto, de qué era lo que se cocía de verdad en política, Pepiño se había ganado además fama de estratega electoral y de perspicaz analista de encuestas, ya fueran propias, ajenas, al natural o precocinadas.

En esa calidad fue enviado por el partido, que era él mismo, a Santiago de Compostela antes de las elecciones autonómicas gallegas de 2009, en las que el socialista Touriño aspiraba a repetir presidencia y bipartito con el BNG. Aún faltaban unos meses, pero la estrategia electoral elegida por Tourño al margen de las recomendaciones de los expertos no auguraba ya nada bueno. Blanco llegó a Santiago para constatar que, efectivamente, no le gustaba cómo meaba la perrita, y yo llegué al hotel donde había establecido su cuartel a hacer cosas de periodistas y políticos, probablemente una entrevista o cualquier otra guarrada de esas.

Pablo Casado está contribuyendo a alimentar el  monstruo que lo  está devorando
 

Fue en la conversación en aquella suite cuando aprendí un par de cosas sobre lectura de encuestas. La primera, que no hay que leerlas al pie de la letra mientras ni los electores ni los partidos estén realmente en modo electoral, muy cerca de las urnas. La actualidad cambiante, al parecer, convierte a buena parte de los electores, a casi todos aquellos que no son voto cautivo, en auténticas veletas, mientras que no es hasta que deben meditar en serio su voto definitivo cuando se centran; y eso sucede cuando ya se está muy cerca de las urnas, incluso avanzada la campaña electoral. Y, por otro lado, los grandes partidos, los tradicionales, tienen un plus de resistencia que no se refleja en los sondeos hasta que sus estrucuras no se ponen en modo electoral: es entonces cuando los engranajes se ponen en marcha y los votos empiezan a contarse casa a casa, parroquia a parroquia, distrito a distrito, cuando las venganzas internas se aplazan, cuando las promesas cara a cara suman y cuando los favores se recuerdan. Y eso es un saco de votos.

Lo segundo que aprendí es que, mientras tanto, lo que sí marcan las encuestas para aquellos que saben leerlas es tendencias. Blanco estaba en aquel hotel para avisar a Touriño y su equipo de autistas que las tendencias de sus sondeos internos hacía tiempo que aconsejaban que las elecciones gallegas se debían adelantar a octubre de 2008, para evitar la sangría de votantes que Zapatero y su gestión de la crisis económica avanzaban. No le hicieron ni puto caso, y Touriño convirtió al entonces gris Alberto Núñez Feijóo en el acaparador de mayorías absolutas que es ahora. Creo que Feijóo, que se tiró los siguientes ocho años justificándose tras la coartada de la herencia recibida, aún no ha reconocido todo lo que le debe a Touriño y a su incapacidad para detectar tendencias.

Parece que esa misma incapacidad es la que ahora sufre el PP de Pablo Casado, empeñado en ignorar los mensajes ocultos en las encuestas que se están publicando, y que dibujan un camino con destino a sus peores resultados de la historia. Casado, en la línea adanista de esa nueva generación de políticos que nos a caído en suerte, esta contribuyendo a alimentar el monstruo que lo está devorando. Al dejar que la agenda de Vox marque el debate, ha sacado a esta cuadrilla de patanes de la marginalidad en la que malvivían y los ha convertido en la referencia, pensando que podía competir con ellos en su propio terreno.

Probablemente lo peor para Casado y su PP, que no es ni con mucho el PP de todos los del PP, es que ya es tarde para dar marcha atrás, que ya no tiene manera de volver a encerrar al monstruo en su cueva. Fiar todo tu futuro a que un escaño o un concejal más o menos te permita liderar un pacto o te convierta en un simple invitado en el gobierno de otros es arriesgar mucho para un partido que hasta hace un rato presumía de hegemónico.

O mucho me equivoco, o en alguna suite de algún hotel hay en estos momentos un Pepiño del PP al que no le gusta nada cómo mea la perrita. Y Feijóo, de nuevo, esperando cómodamente recostado sobre un lecho de tendencias.

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