Opinión

Sí es fútbol

La violencia de los ultras no solo forma parte del espectáculo, sino que cuenta con la tolerancia de los jefes del negocio

El ertzaina antes de ser trasladado al hospital. LUIS TEJIDO (EFE)
photo_camera El ertzaina antes de ser trasladado al hospital. LUIS TEJIDO (EFE)

EL ESCENARIO era el Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Europa aún miraba entre asombrada y asustada las imágenes de cientos de ultras rusos e ingleses que habían puesto patas arriba Marsella a base de golpes, vandalismo y una violencia gratuita y desatada, aprovechando la presencia de ambas selecciones nacionales en la Eurocopa 2016. El todopoderoso presidente ruso Putin presidía el foro, y le preguntaron por los disturbios de sus brutales oseznos. "Lo que no entiendo", respondió después de un par de generalidades sobre lo mala que es la violencia, "es cómo doscientos hinchas rusos han podido darles esa paliza a varios miles de ingleses". El público rió la ocurrencia del líder y aplaudió la valentía de los chavales, orgullo de la gran Rusia. La Fifa confirmó que no hay mejor lugar en mundo para organizar un Mundial salvo, quizás, Qatar, que tiene un clima seco muy bueno para las cosas de huesos.

Igor Lebedev, vicepresidente de la Duma y uno de los políticos más cercanos a Putin, los animó a perseverar: "No veo nada de malo en que los hinchas peleen. Al contrario, ¡seguid!". Luego ya se supo, porque nadie se molestó siquiera en ocultarlo, que habían viajado a Francia en aviones de una compañía ligada al Kremlin, a gastos pagados.

Esta semana le ha tocado a Bilbao, como antes a Marsella, a Varsovia, a Londres, a Sevilla, a Buenos Aires y como otro día le tocará o cualquier otra ciudad donde el fútbol les brinde una coartada. Y después de las escenas de violencia mil veces vistas, escucharemos el mantra mil veces repetido por los periodistas deportivos, los presidentes de clubes, los responsables de la federaciones y los propios futbolistas: "Esto no es fútbol".

Expulsión directa de la competición de cualquier equipo cuyos hinchas destaquen por sus altercados

Pues sí, esto sí es fútbol. Lo ha sido durante demasiado tiempo, en demasiados lugares, con demasiada frecuencia y con demasiadas facilidades como para que sigamos tragando con eso de que esto no es fútbol. La peor de sus caras, como los partidos amañados, los pagos en negro, el fraude en los contratos o la corrupción de los estamentos dirigentes, pero fútbol. Tanto como un fuera de juego, un pase de Iniesta, una patada de Godin, un regate de Maradona, un peinado de Cristiano Ronaldo o un gol de Ibrahimovic.

De momento, a lo único que nos ha llevado cerrar los ojos y hacernos los dignos con la violencia de los ultras es a fomentarla, cuando no a elevarla a la categoría de hazaña. Lo que antes eran unas peñas de chavales borrachos haciendo el animal se ha convertido ahora en unos grupos entrenados y casi profesionalizados, que entrenan técnicas de lucha y se musculan como soldados, desarrollan estrategias de ataque y se mueven con un único objetivo: pegarse con los ultras del otro equipo.

La mayoría de ellos ni siquiera van al partido, porque no tienen ni entrada. Algo que aprovechan los de siempre para insistir en eso de que "esto no es fútbol". Pero lo es, porque no viajan a los campeonatos de gimnasia rítmica o de tiro olímpico.

Y porque quienes los financian son los clubes y las federaciones de fútbol. Porque a nadie se le escapa que unos tipos sin oficio ni beneficio no tienen capacidad económica para afrontar semejantes desplazamientos y gastos y que no se pueden permitir pagar unas entradas de Champions ni vendiendo a sus padres a una banda libia de traficantes de esclavos. Lo hacen porque esos directivos y la mayoría de los que forman parte de este enorme negocio sí que creen que eso es fútbol, que sin estos energúmenos en los fondos de sus estadios la animación decae, que es un orgullo para el club poder exhibir seguidores tan fieles y tan temidos.

Como el mundo estaba mirando y tenían un Mundial que organizar, temiendo que el miedo del resto a aficionados a la violencia recortara los viajes al país, Rusia detuvo y juzgo a unos centenares de aquellos aficionados que la liaron parda en la Eurocopa. Esta misma semana se ha publicado que un sospechoso error del Gobierno ruso con las penas permitirá que 200 de ellos quedan libres justo antes de que comience la Copa del Mundo.

Los medios argentinos publicaban también esta semana que una delegación de los ultras rusos más violentos ha viajado a Argentina para contactar con las Barras Bravas locales. Han pactado que darán a los ultras argentinos alojamiento, protección e infraestructa en Rusia (incluida defensa jurídica en caso de que sean detenidos) para aliarse en contra de ultras de otros países.

Esto es fútbol. Y lo será mientras el fútbol no entienda el problema que tiene entre manos y la cacareada política de tolerancia cero se empiece a aplicar de verdad: expulsión directa de la competición de cualquier equipo o selección cuyos hinchas se destaquen por sus altercados violentos. Y eso también será fútbol.

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