Opinión

¿A qué huele la soberbia?

Pablo Iglesias. EUROPA PRESS
photo_camera Pablo Iglesias. EUROPA PRESS

¿A QUÉ HUELE SUMAR? Sumar huele a las nubes de los cielos y a los trigos de los campos y a los caminos de los transhumantes. Sumar es a veces un partido, pero a veces tampoco. Sumar es una estrategia política que no piensa en política, una estructura en formación pero informe. Sumar es una invitación que se adquiere en la reventa, un pensamiento colectivo con nombre propio. Sumar c’est moi, somos todos. Incluso aunque no tengamos mayor interés en ser Sumar, es algo que nos envuelve y nos supera, es una unidad de destino, la reserva espiritual de la izquierda.

Ahora solo nos falta acordar qué viene siendo la izquierda, a qué huele la izquierda. La verdadera, claro, porque ya estamos avisados desde las distintas izquierdas de que debemos tener mucha precaución para no caer en las redes de las falsas izquierdas y de que izquierda de verdad solo hay una, que nunca se sabe si está situada a la izquierda o a la derecha de las otras. Ahora mismo, por ejemplo, la izquierda c’est moi, luego ya veremos.

De momento, Sumar y Podemos, estén donde estén, no parece que aporten novedades significativas a lo que siempre ha sido la izquierda clásica: un asunto de marcos y de quién se los mueve a quién. El más que trillado podemos restar.

Sumar c’est moi, somos todos. Incluso aunque no tengamos mayor interés en ser Sumar, es algo que nos envuelve y nos supera, es una unidad de destino, la reserva espiritual de la izquierda.

A algunos soñadores con ideológica enquistada la cosa ya no nos coge de nuevos, aunque agradeceríamos que las diferencias personales se solventaran de manera un poco más elegante y un poco menos ruidosa, como siempre se ha hecho en esta casa: con un piolet con certificado de entrega a domicilio.

A lo mejor se arreglaba algo el asunto si Pablo Iglesias cumpliera con su promesa de exiliarse en México o donde sea que se exilien ahora los líderes caídos, pero el hombre no anda por la labor de dejar de tratar de marcar el paso al país, o a parte de él. Este parece ser un problema muy común entre los caudillos españoles, que creen que han dejado todo atado y bien atado y en cuanto hacen el amago de desaparecer les montan una democracia que huele a alcanfor o una plataforma que huele a nube.

La verdad es que a Iglesias la pataleta del otro día contra Yolanda Díaz para darle su versión de quién la ha puesto ahí le ha quedado bastante sobreactuada, casi hasta de mal gusto, muy de macarrilla de los setenta. Si en el mitin llega a llevar la camisa abierta, una cadena de oro y el paquete de tabaco en la hombrera, lo borda.

Agradeceríamos que las diferencias personales se solventaran de manera un poco más elegante y un poco menos ruidosa, como siempre se ha hecho en esta casa: con un piolet con certificado de entrega a domicilio.

Tampoco sé a qué viene, la verdad, semejante bronca. Debería saber que Yolanda Díaz viene del Partido Comunista, donde están de vuelta de este tipo de discusiones bizantinas. En el partido estas cosas de "no sabes tú con quién estás hablando" y "cuidadito, que yo me desayunaba con Gramsci desde antes de que se creara tu célula" las suelen arreglar en un congreso con una buena escisión y un encendido debate sobre quién se queda con la vietnamita.

Desde que guardamos memoria, prácticamente todos los debates ideológicos de este lado de la izquierda han girado en torno a la soberbia. El de ahora, también aparenta ser un medirse la soberbia entre Pablo Iglesias, que comenzó en política como analista y ha terminado como adanista, y Yolanda Díaz, que comenzó como ministra del PCE y ha terminado como lideresa unipersonal e intrasferible.
A mí estas cosas me preocupan por la capacidad para cagarla que la izquierda ha demostrado cada vez que ha tenido ocasión. Y porque lo que nos jugamos con ello es algo mucho más frágil que algunos egos: la democracia.

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