Opinión

El talón de Lola

Si hubiera que escoger entre salvar al joven, al enfermo o al anciano ella designaría  siempre al anciano

Mi tormentito sabe que Aquiles era hijo de diosa y de mortal y que para intentar evitar su destino su madre lo sumergió en la laguna Estigia agarrado por el talón y que fue ahí, en su punto débil, donde recibió una flecha envenenada que le causó la muerte.

También sabe que su propio talón de Aquiles es la gente mayor.

Así lo dice ella. Si hubiera que escoger entre salvar al joven, al enfermo o al anciano ella designaría siempre al anciano. Si estamos en el sofá viendo una peli y un tiburón o un asesino en serie está descuartizando a personas no se inmuta hasta que la víctima es un abuelo o abuela, entonces sí se levanta y se va. No soporta el dolor de los mayores.

Amo esa debilidad.

El otro día fuimos a Numax a ver ‘El agente topo’, una peli documental que funciona como una peli de ficción. La vida tiene todos los ingredientes necesarios, sólo hay que saber contarla. Maite Alberdi nos enseña nuestro futuro, porque los mayores somos nosotros un poco más tarde, y nos muestra nuestra hipocresía, nuestras trampas, nuestra capacidad de mirar a otro lado mientras nos fingimos muy indignados por la falta de esto o de aquello, siempre señalando a otros con el dedo, buscando errores médicos, abusos de cuidadores, fallas del estado, que las tiene, claro que las tiene, mientras olvidamos lo más importante: la soledad, el abandono emocional en el que viven muchos mayores.

En la residencia donde se infiltra el protagonista, un viudo encantador, hay horas larguísimas, instalaciones mediocres, aburrimiento, pero también hay poesía, hay humor, hay amor, hay amistad, hay una vieja amante de lo ajeno que recibe llamadas falsas de su madre, un invento del personal para paliar su desvalimiento. Escuchar a Marta, así se llama, con sus arrugas de octogenaria decir, mamá, por qué no viniste, con tono infantil y su precioso acento chileno, merece por sí solo lo que cuesta la entrada.

En las escenas finales sentí el sabor de mis lágrimas y pensé en Lola, sentada lejos de mí por las cosas del covid. Al salir vi que tenía los ojos hinchados, enrojecidos. Mi pequeño tormentito había llorado desde el principio. Un sollozo le sobrevino allí mismo, en la acera. Y yo no puedo ver a los abuelos, hipó.

La abracé fuerte. Qué otra cosa podía hacer.

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