Opinión

Una biblioteca

EL PREMIO de arquitectura europea contemporánea Mies van der Rohe es uno de los más codiciados del mundo. Tiene carácter bienal, y el jurado lo componen varios prestigiosos arquitectos que escudriñan cientos y cientos de proyectos para elegir a los mejores: los más novedosos, los más arriesgados, los más disruptivos. Aquellos capaces de dar un salto hacia delante. Los que pueden mejorar el paisaje y la vida de nuestras ciudades. Ser finalista del Mies van der Rohe es un sueño acariciado por todos los grandes estudios de arquitectura. Y en esta edición del premio, una lucense ha aterrizado en ese club reducido de los que optan a esa distinción. Clara Murado y su marido, Juan Elvira, desde su pequeño estudio de arquitectura y diseño, están entre los nominados a esta edición del Mies van der Rohe. Lo mejor de todo es que, entre tantos que proyectaron edificios inteligentes en capitales populosas, Clara y Juan construyeron algo infinitamente más hermoso: una biblioteca pública en un pueblo, en Baiona. Ahora que algunos se atreven a cuestionar el futuro del libro, todavía hay quien sueña con lugares en los que encerrarse a leer. Lugares llenos de luz y de páginas escritas, en los que guarecerse de todo con el arma invencible de la imaginación y las ganas de aprender. Las bibliotecas son el antídoto más antiguo contra la ignorancia, las colaboradoras necesarias del ascensor social que es la educación, el refugio de los que aspiran a vivir más vidas. Debo a ellas mi afición lectora y, en épocas de penuria, el haber podido saciar siempre mi hambre de libros, que nunca estuvo atrasada porque siempre tuve una biblioteca cerca. Borges decía que se imaginaba el paraíso “bajo la especie de un biblioteca”. Este año, cuando se acerque la primavera y con ella el fallo del premio Van der Rohe, yo cruzaré los dedos no sólo porque Clara y Juan son mis amigos, sino por todo lo que significa la apuesta por la biblioteca como la más elevada forma de resistencia.

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