Opinión

Plensa en el Retiro

EN ESTE otoño raro, con lluvias mansas y temperaturas tan amables como las de una primavera, los jardines y los parques de Madrid  están más bonitos que nunca. Las hojas que se niegan a caer forman un mosaico de dorados, rojizos y ocres, mientras la hierba luce un verde glorioso. En estos días, es una delicia caminar por el Retiro bajo las cúpulas doradas de los árboles. A veces, un ligero golpe de viento provoca una chaparrón fugaz de hojas amarillas, y el aire trae olor a humo de los vendedores de castañas. Dentro no hay ruido de tráfico. Sólo se escuchan las voces de otros, el leve crujido de las hojas muertas y el rumor del agua en  las fuentes de piedra. A veces, como mucho, el graznido de un pato o el chillido de los pájaros. Por si fuese poco, y después de quince años de ausencia en Madrid,  Jaume Plensa inauguró una instalación en el maravilloso Palacio de Cristal. Ahora el regalo del otoño se multiplica con las esculturas suspendidas de Plensa: tres cabezas de mujer realizadas en acero, que parecen flotar en el interior de la estructura de vidrio del Palacio. La ciudad se le ha rendido, y el día de la apertura cientos de personas esperaban turno para ver la muestra. Cuando cerró sus puertas, los visitantes seguían admirando el espectáculo desde fuera. Si pasan por Madrid estos días, tienen que ir al Retiro justo a la hora de la puesta de sol. Ingresen por cualquiera de las entradas y caminen por las avenidas hasta llegar al centro del Parque. Esperen a que se haga de noche y el pabellón de cristal empiece a lucir como una estrella gigantesca amparado por la oscuridad de los árboles. Dentro, las esculturas de Plensa, ligerísimas, etéreas a pesar de sus cientos de kilos de peso, suplican silencio llevándose un dedo a la boca. Quizá, en estos tiempos de ruido, es lo que necesitamos: pasear por un jardín arrullados por el otoño, detenernos a contemplar las cosas bellas que tenemos cerca, y permitir que alguien nos mande callar.

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