Opinión

Pasando de fase

MAÑANA MADRID pasa a fase 1. Llevo 30 años viviendo aquí y no había visto tanto nerviosismo en la ciudad, tanta ebullición contenida. Los comercios han iniciado frenéticas limpiezas para tener todo a punto para la reapertura. Los bares llevan dos días limpiando sillas y mesas y midiendo la calle como para asegurarse de que van a tener sitio, y los que saben que no tienen terrazas ponen letreros anunciando comida para llevar. Las librerías ya están abiertas, y me dicen los libreros que las ventas van bien, como si los lectores hubiesen entendido perfectamente que se les necesita más que nunca y quisieren demostrar que están a la altura.

En la plaza, los comerciantes se animan unos a otros. La mujer de la frutería ha comprado frutas exóticas para hacer los zumos que se servirán en una terraza cercana. La dueña de la tienda de ropa prepara un escaparate primoroso. La encargada del bar abre y cierra las sombrillas, encarga una remesa de cafés, comprueba las existencias de cerveza. El chico de la óptica limpia el cristal del escaparate, y el del restaurante de la esquina airea las sillas de mimbre, comodísimas, preciosas, y luego da manguerazos al suelo de la plaza. Hay algo conmovedor en ese deseo desesperado de salir adelante a pesar de los tiempos difíciles.

En el chico que friega las mesas, en la frutera que revisa la licuadora, en la mujer que escribe un cartel donde advierte que puede preparar cualquiera de sus platos para llevarse a casa. Da la sensación de que en mi barrio el lunes será un día de reyes magos, y me imagino que esta noche la gente de las terrazas se dormirá deseando que se haga de día. Que se levantarán espoleados por la esperanza.

Después de dos meses de letargo, la ciudad se prepara para abrir los ojos y sentir su latido apagado en estas semanas malditas de desolación. De ruina. De muerte. Deseo lo mejor a este Madrid que, con todas las precauciones, con toda la prudencia, está listo para regresar.

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