Opinión

Jauría 2.0

Hace ya más de veinte años circuló de mano en mano el vídeo sexual de un periodista, grabado sin su consentimiento y distribuido gracias a técnicas mafiosas de lo que se podrían llamar las cloacas del estado. Tuve ocasión de ver el vídeo y no quise: consideraba innoble asomarme a la intimidad de un desconocido, y menos hacer chanza de lo que era una forma de chantaje a un profesional. 

Años después el mundo ha cambiado, pero la miseria no. Por si fuera poco, las redes sociales contribuyen a amplificar las posibilidades de los canallas. Hace unos días se suicidó una mujer después de que una grabación erótica fuese compartida por sus compañeros de trabajo. No quiero pensar los días, las horas que pasó Verónica, por cierto madre de dos hijos pequeños, hasta que tomó la decisión de quitarse la vida. 

Por supuesto, el principal culpable de este drama es el canalla que colgó el vídeo de marras en un grupo de Whatsapp. Pero si la cosa hubiese quedado ahí, tal vez Verónica estaría viva. Porque el vídeo empezó a circular, fue recibido y visionado por muchos de los que trabajaban en su misma empresa. Me pregunto cuántos de los que lloran a Verónica vieron el vídeo. Cuántos lo difundieron, lo comentaron. Cada uno de ellos es responsable de la angustia de esa mujer, de su desesperación, y en última instancia de su muerte. 

Me gustaría pensar que en esa jauría despiadada hubo alguien con entrañas que intentó parar la burla. Alguien que dijo, pero qué estáis haciendo, para tratar de detener la actividad irresponsable de la turba dos punto cero. La frivolidad de las redes nos ha hecho olvidar que la intimidad de un ser humano es sagrada. Compartirla sin su permiso debería ser penalizado con crudeza y, sobre todo, merecer el reproche social de los que creen que esto no es una selva. 

Ojalá la muerte de Verónica sirviese para hacer reflexionar a aquellos que hacen rebotar una escena privada sin pararse a pensar que pueden estar labrando la desdicha de un inocente.
 

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