Opinión

El mar que se llevó la Nochebuena

HABRÍA QUERIDO escribir el artículo de todos los años hablando de la Navidad, el regreso a casa, los reencuentros, los villancicos y el belén, de las calles de Lugo envueltas en niebla. Pero llevo dos días sin dejar de pensar en el mar. En el mar y en los muertos que nos ha traído en vísperas de estas fiestas. Y me digo  que los muertos del mar, en pleno siglo XXI, son como los de otras épocas lejanas, como si el tiempo y el progreso no tuviesen armas para luchar contra algunas desdichas. Recuerdo un poema de Noriega Varela que aprendí siendo muy niña: «Vías de auga, velas rotas. O demo ceibo na barra. Fuxen prá terra as gueivotas, e choran nenos en Corme. I a nai que ten moitos fillos non sei como sono dorme». El retrato del temporal es siempre el mismo. La vida de los hombres de mar ha sido dura desde el inicio de la historia. El frío, el agua, la lucha contra el viento, la amenaza constante de los acantilados —¿cuándo empezaron a llamarla «Costa da morte»?— y la pelea contra los elementos para volver con la captura «pola mañá cedo, cheirando frescura». Y eso no hay forma de cambiarlo: es el ritual del mar y de quienes viven de su prodigalidad y su fuerza implacable. No hay avance de la humanidad, tecnología puntera o sociedad de la información que pueda vencer a las olas de cinco metros, el agua helada y negra en mitad de la noche, las rocas amenazantes esperando en tierra y el viento de una galerna. Es el mar que da la vida y de vez en cuando se cobra sus muertes, como si de un pacto trágico se tratase.  Pienso en las familias de los marineros de Cambados y en en tantas y tantas familias a quienes el mar gris y gélido del invierno les arrebató la Nochebuena, este año y todos los años, desde el principio de los tiempos. Desde que los hombres  aprendieron a construir barcos y se lanzaron al agua en busca de la prosperidad que les negaba la tierra. No digamos nunca que el pescado es caro. Feliz Año a todos.

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