Opinión

Dos de mayo (crónica del virus)

ESTE SÁBADO FUE dos de mayo. Mi primer día de la comunidad de Madrid como miembro del gobierno. Debería haber sido un día alegre. Había pensado comprarme un vestido para la recepción de la puerta del Sol. Habíamos preparado un programa cultural tomando como centro a don Benito Pérez Galdós.

Tendría que haber habido conciertos en los pueblos, representaciones en el Teatro del Canal, fuegos de artificio al caer la noche: se conmemora a Madrid y a sus gentes, que hace ya más de doscientos años se levantaron en rebeldía contra un ejército invasor. Pero este año no hubo baile, ni teatro, ni pirotecnia , ni fiestas populares. Sólo un homenaje solemne en la Casa de Correos, sede del gobierno madrileño, en el que el vestido rojo que había pensado llevar tuvo que ser sustituido por el luto riguroso con el que, aunque solo sea de forma simbólica, se ofrece metáfora de la tristeza y se honra a los muertos.

Presente el gobierno madrileño en pleno, y representantes de todos los colectivos que se han dejado la piel en esta crisis: bomberos, policías, protección civil, sanitarios, hosteleros, limpiadores, transportistas. Hubo silencio en vez de fanfarria, soledad en lugar de multitudes festivas. Discursos sobrios y emotivos de la presidenta de la comunidad y el presidente de la Asamblea. El Ave María de Gounod en la voz de Ainhoa Arteta que parecía flotar en una mañana de tibia primavera: la que hubiésemos querido para el día grande de la comunidad de Madrid. No, este no es el dos de mayo con el que había soñado. Pero hubo un momento, cuando la mirada de una médico que avanzaba portando la corona de laurel de los caídos se cruzó con la mía, en la que noté algo que se volvió casi físico: la sensación de responsabilidad. La obligación de estar a la altura.

El peso honorabilísimo del reto que tenemos por delante los hombres y mujeres a quienes el destino ha reservado un lugar en los gobiernos de esta época de pesadilla. Este es mi dos de mayo. Madrid nos espera.

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