Opinión

Como Dios manda

Llevamos semanas preguntándonos qué va a pasar con las navidades. Descartada ya la posibilidad de apiñarse en torno a una mesa, abarrotar los bares el mediodía del 24 para desear felices pascuas a todo hijo de vecino, o intercambiar achuchones en año nuevo, ahora la cuestión es cuántos podremos reunirnos en las casas para comer el pollo, el besugo o el turrón. Las familias andan a vueltas con el número legal de comensales, que si seis, que si diez, que si a ver qué hacemos si siempre nos hemos juntado doce, que si nosotros somos catorce pero hay seis con anticuerpos... Aquí estamos todos esperando a ver qué pasa con la Navidad, porque después del año que llevamos lo único que falta es que nos revienten la Nochebuena. La izquierda que manda presume de que este es un país laico, pero hay más de cuarenta millones de personas dispuestas a declararse en rebeldía si no se afloja un poco la mano para poder pasar las fiestas con el padre, con la abuelita, con los tíos y hasta con el primo pesado que se empeña en contar todos los años el mismo chiste.

Quizá en estos meses hemos descubierto que nos queremos más de lo que creíamos, que necesitamos a nuestras familias, a nuestros amigos de siempre, y añoramos la reunión en torno a una mesa para celebrar una efeméride que cumple veintiún siglos. En un año en el que se nos han robado las ilusiones, nada nos motiva tanto como la posibilidad de que se nos permita vivir, siquiera por unas horas, la Navidad de toda la vida, con su mantel bueno, con sus sillas desaparejadas y la extensión de la mesa de comedor para que quepan todos los que se quieren.

Ya ven ustedes, tanto rollo con que la familia ha pasado de moda y las tradiciones religiosas no las sigue nadie, y ahora resulta que estamos cumpliendo a rajatabla con el toque de queda para poder celebrar la Nochebuena todos juntos, con los polvorones y el turrón de Jijona, los villancicos machacones y la botella de sidra el gaitero. Como Dios manda.

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