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Una periodista y un poeta

UNA VEZ leí unas palabras de Leila Guerriero que dicen así: "Y eso, ni más ni menos, es escribir. Tener la ambición desmesurada y mesiánica de contar lo que sea, Chernóbil, la tuberculosis, el hambre, como si nunca nadie lo hubiera contado antes. Sin esa ambición, desmesurada y mesiánica, la escritura no existe". Me gustó tanto que, desde entonces, la tengo escrita en un papelito colocado en el bote de los lápices, entre ellos, al lado del ordenador. Me parece una frase valiente y orgullosa y, al mismo tiempo, muy loca, muy aventurera. De llegar hasta el fondo. La leo siempre y siempre mi mente me lleva a un poema de Baudelaire, Enivrez Vous (Embriagaos) que dice, en sus últimos versos: "… ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos; ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como os plazca". Y llegar hasta el fondo.

Leila Guerrero. EPNo solamente para escribir, sino para hacer cualquier cosa. Esa disposición. Esa potencia. No está, evidentemente, exenta de riesgos ni de caídas ni de tristezas ni de vacíos. Pero es el impulso que te da el matiz. No consiste en escribir, sino en hacerlo más que bien; no se trata de emprender lo que sea, sino de querer, con todas tus fuerzas, llevarlo a buen término. Y es fácil claudicar, sobre todo porque cansa. La comodidad es una tentación con mucho ego, está continuamente haciéndose notar, reclamando atención. Lleva mal que no le hagamos ni caso. Y, de verdad, hay mucho de reto y mucho de satisfacción permanecer en el lado incómodo de las cosas. Son esas superficies un tanto afiladas, bastante difíciles, que no permiten un —digámoslo así— repantingarse en el sofá y ver la vida pasar, o sea, dejar que pase ante nuestros ojos y no sentirnos, en absoluto, llamados a participar.  

Como si nunca nadie lo hubiera contado antes, dice Leila Guerriero. Como si, en ese momento en que te dispones a hacer algo, fueras el único ser de la tierra capaz de hacerlo.

El quid es que sabes que no lo eres y que antes de ti hubo otros seres ingeniosos, fascinantes, equilibristas, mucho más que tú, que te tropiezas y te caes y, claro, te lamentas. Y después de ti, sabes con certeza que también los habrá. Sin embargo, ese momento es tuyo. Y es casi solo lo que tienes que pensar. Que el foco está en ti. Que esta vez vas a sortear todas las barreras contra las que, por descuido o por pereza o por ansia o por miedo, chocaste el resto de las veces. Que esta vez sí, que esta vez sale. Y es entonces cuando llega el momento Baudelaire y dejamos de ser esclavos del tiempo para convertirnos en personas libres, profundas y, por qué no, felices. Ese matiz hedonista no deja de tener su reverso tenebroso, no obstante, la vibración que transmite el poema alcanza rincones profundos que se alejan del placer simplista y desmemoriado.

Se trata, pues, de mirar al horizonte con un punto de ambición y un punto de humildad; con un poco de suficiencia y un poco de pudor. Con una combinación explosiva de seguridad y de vacilación, la suficiente como para no venirnos demasiado arriba ni demasiado abajo.

Y es así como yo escribo. Mirando a la derecha de mi pantalla y releyendo las palabras de una periodista argentina que me ha hecho comprender que las crónicas o los perfiles o los reportajes o las columnas, o lo que sea que te propongas hacer, deben primero llegar a ti, al fondo de ti, a todo lo que hay en ti de lejano, de extraño, de ridículo, de equivocado, de perdido; de sublime y de atrevido; de juguetón y risueño y delicado y alegre. Y que solo, de este modo, estarás más cerca del momento único y podrás decir, es esto. Aunque lo que después te suceda es que sientas que no era exactamente eso y que tienes que seguir intentándolo. Pero estamos más cerca. Un poquito más de paciencia. Y un poquito más de Baudelaire, preguntando "al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla…" si ya es la hora de la embriaguez existencial.

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