Opinión

Un Tour sin imaginación

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photo_camera Un momento del Tour de Francia. Foto: Yoan Valat (Efe)
Hay cosas se le podrán echar en cara a los franceses, no digo que no, pero hay que reconocer que son fieles a sus principios y que respetan sus  máximas. Del mes más importante de su historia moderna, el de mayo de 1968, brotó una frase que, visto lo visto, quedó grabada a fuego en los cerebros de los vecinos del norte: la imaginación al poder. Francia es un país que respeta sus tradiciones y que, al mismo tiempo, sitúa la  libertad un paso por delante de todo. Estos dos principios chocan cada verano en torno a uno de sus monumentos más importantes: el Tour. No hay un acontecimiento deportivo más libre. Cualquiera puede ponerse en una cuneta y ver pasar a unos centímetros a los mejores ciclistas el mundo. Y  si quiere, hasta puede hacer un pintada en la carretera que será vista por millones de personas. Hasta aquí no hay conflicto. El problema es cuando se falta al respeto a la frase más icónica de mayo del 68, la citada 'La imaginación al poder'. Entonces, hasta para la libertad hay límites. Antes de cada  etapa, un par de operarios recorren el trayecto de la carrera en busca de penes dibujados en el asfalto. Cada vez que localizan uno se bajan y, con  arte y precisión, lo transforman en un búho o una mariposa con unos cuantos brochazos. No se sabe bien por qué, pero al hombre, si tiene a mano un boli o un pincel y quiere hacer una gamberrada, le sale dibujar un pene. Francia, defensora de la libertad, puede admitir una pintada de mal gusto,  pero nunca una con tan poca imaginación.