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Los gestos del Turco

El banquillo del Celta lo ocupa un técnico de esos a los que el fútbol se les queda pequeño. Excéntrico, divertido, con una fuerte personalidad, el Turco Mohamed tiene tras de sí una historia en la que, por desgracia, hay sitio también para la tragedia

Antonio Mohamed dirige al Celta en el Ciutat de Valencia. EFE
photo_camera Antonio Mohamed dirige al Celta en el Ciutat de Valencia. EFE

Hay varios futbolistas que solo necesitaron marcar un gol para convertirse en ídolos de una  hinchada. Solo el Turco Mohamed lo es por haberlo fallado. Es un buen punto de partida para  acercarse a la figura del entrenador del Celta, uno de esos tipos que se escapan de la cancha gracias a una personalidad que atrapa al espectador.

Simpático, excéntrico, goleador en su día, técnico de éxito y marcado por una de esas tragedias que solo son imaginables cuando se convierten en pura realidad.

En América se dice que los mexicanos vienen de los aztecas; los peruanos, de los incas, y los argentinos, de los barcos

En América se dice que los mexicanos vienen de los aztecas; los peruanos, de los incas, y los argentinos, de los barcos. De uno de ellos repleto de emigrantes se bajó un día el abuelo del Turco. Su nombre, Mohamed, se convirtió en apellido y así llegó hasta el actual entrenador del Celta, que tiene también en sus venas sangre yugoslava y chilena, además de argentina, por supuesto. El resultado es un vendaval, un personaje querido en todos lados y que acertó hasta a la hora de escoger un equipo del que hacerse hincha: Huracán. Como él.

En España se presentó en la primera jornada de Liga. Vigo, finales de agosto. Calor, sol, mucho sol, y el Turco con una traje oscuro impecable, tal vez ajustado de más. Gafas de sol de espejo y una de esas  barbas perfiladas que deberían estar prohibidas por decreto ley. Cuando la cámara lo enfocaba uno pensaba que el televisor se había cambiado a Netflix para poner un capítulo inédito de Breaking Bad. Pero no, era Mohamed, el primer futbolista en usar botas de colores, el primero en pintarse el pelo de amarillo. El Turco aterrizaba en España.

Las gafas salieron volando y Aspas protestó como cuando no le pitan un penalti

En ese mismo partido dejó otra pista sobre su forma de ser. El Celta buscaba un gol desesperado y el balón salió por la banda. Aspas se acercó y, cuando recibía órdenes de Mohamed, apareció una pelota volando que impactó en la cara del técnico. Las gafas salieron despedidas y Aspas protestó como cuando no le pitan un penalti. En ese momento apareció el culpable, un niño que, en su papel de recogepelotas, apuró de más. Con cara de ‘la he liado parda’ se acercó al lugar de los hechos y el  Turco, en un acto reflejo, de esos que salen del alma porque al cerebro no le da tiempo a funcionar, chocó la mano con aquel chiquillo.

Fue solo un gesto, vale, pero al final el ser humano es 70 por ciento agua y el resto, gestos. No hay nada mejor para conocer a alguien que estudiar sus gestos. Las palabras son tramposas; los gestos, cuando salen del corazón, no admiten juicio. Sincero fue el que tuvo con el niño en Balaídos y sincero fue el que lo convirtió en leyenda de Huracán, del Globito.

Fue en la temporada 1991-92, cuando después de brillar en el equipo de su vida, fue comprado por la Fiorentina, que lo cedió a Boca Juniors. No le fue mal en el equipo xeneize hasta que el calendario le citó con su pasado. Y su presente. Y su futuro. Boca recibía a Huracán y el maestro Tabárez, técnico por entonces del Turco, le dijo que era mejor que no jugara dada su condición de hincha del Globito. Pero él se vio con fuerzas para hacerlo. Se equivocaba y lo supo nada más saltar a la Bombonera,  cuando en lugar de saludar al fondo de los hinchas locales miró hacia el otro para ver cuántos aficionados de Huracán habían ido al partido. Llegó después el momento en que el destino le puso a prueba. Con el partido empatado recibió dentro del área la pelota en una de esas jugadas en la que al delantero no le da tiempo a pensar, en una acción en la que el cerebro no cuenta, y el Turco, en lugar de rematar, pasó el balón hacia atrás.

Si pasan ese tipo de cosas es seguramente porque una parte de mi cuerpo no quería hacer ese gol

«Si pasan ese tipo de cosas es seguramente porque una parte de mi cuerpo no quería hacer ese gol», dijo tiempo después. Sí, esa parte del cuerpo es el corazón.

Aquella acción supuso su salida de Boca. Jugó después en Independiente antes de marcharse a México, donde se convirtió en una figura como futbolista y como técnico. Todo marchaba bien hasta que en el verano de 2006 viajó a Alemania para ver el Mundial. Una noche dormía abrazado a su hijo de 9 años en una autocaravana cuando un coche se empotró contra ellos a 200 kilómetros por hora. Después de tres días en el hospital, el pequeño Faryd fallecía y al Turco, que estuvo a punto de perder una pierna, le invadió la pena para siempre.

Siguió en el fútbol porque es lo que le hubiera gustado a su hijo y al año siguiente se fue a entrenar gratis a Huracán, que sufría en la Segunda División. Y no le falló a los suyos. El día que logró el  ascenso, con el pitido final, rompió a llorar desconsolado. Le había prometido a su hijo que subiría a Huracán a Primera.

El Turco volverá pronto a Huracán. Hace tiempo dijo que algún día, cuando tuviera 50 años, sería su presidente. Ahora tiene 48. Queda poco tiempo para que en Vigo sigan disfrutando de los gestos de Antonio Mohamed. Como el que tuvo una tarde de verano con aquel recogepelotas. Un niño de unos 9 años.

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