Opinión

Marlaska

Como individuo, y a título personal, el señor Grande-Marlaska está en su derecho de desconfiar de todo lo que se mueva. Es su problema. El problema es de todos cuando, como ministro del Interior, admita que cambia la cartera de bolsillo cuando, rodeado de escoltas, camina por la Gran Vía, lo cual no deja de reconocer el fiasco de su gestión, la de mantener el orden e impedir que los carteristas revoloteen a su antojo en los hervideros de gente y (incluso si por un casual se les pilla) sigan metiendo la mano en el bolsillo del prójimo, alentados, eso sí, por el timorato aparato judicial en el que, aun siendo reincidentes y contumaces, gozan de todas las bulas para no abandonar. El señor Marlaska, que es juez excedente, lo sabe. Cierto que los carteristas son muy diestros en lo suyo; es su ocupación y el oficio, para ejercerlo, exige dominio de tácticas que posibiliten apropiarse de lo ajeno sin que la víctima se percate hasta que el ladrón haya puesto pies en polvorosa. Pero nada justifica que el titular de Interior exteriorice innecesariamente tanta debilidad e incompetencia, aun a costa de ser sincero. Reconocer la incapacidad no atenúa la ineficacia y sí fortalece el descrédito de su gestión.

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