Opinión

Leer o cavar

POR AQUELLO de que hay gente pa tó, como apostilló el bueno de Rafael Ortega, El Gallo, también es posible que haya quienes se regocijen con la mascarilla como accesorio de estilo, moda o nuevo look. Pero son habas contadas, pues la incomodidad, aun siendo cuestión de habituarse, nunca es placentera. Por eso sigue habiendo tanto reticente a su uso, pese a las sanciones señaladas por inobservancia del precepto. Claro que hay países que no se andan, como aquí, con chiquitas; se lo toman muy en serio, no dudando en aplicar inusuales correctivos, con la ejemplaridad que la circunstancia requiere. Es, por ejemplo, el caso de Turquía, que de un tiro mata dos pájaros, el represivo y el didáctico: a los infractores se les obliga a leer diez libros, que si para algunos es una gracia caída del cielo, es maldición para otros, peor que mil latigazos, aunque los más reacios a tendencias eruditas, quizá acabe enganchado. Como el rascar, todo es cuestión de empezar. Peor pinta, por su brutalidad, tiene el funesto método indonesio para espolear a los reacios al antifaz pandémico. Los que se resisten no tienen otra alternativa que ponerse a cavar tumbas, y eso, además de ser muy tenebroso, exige un descomunal y corajudo esfuerzo físico, capaz de incentivar obediencias, sin más alternativa que el de tomársela sin rechistar. Tomemos nota.

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