Opinión

A toda máquina

LA ADMIRACIÓN hacia deportistas que, en diferentes disciplinas, obtienen éxitos, triunfos, nuevas marcas…, se rompe cuando se descubre que algunos, los menos, usurparon sus trofeos y honores con trampa.

Es el caso, por ejemplo, del laureado fondista Devis Licciardi, al delatarse en un control que hacía uso un pene de plástico, con orina limpia para salvar las revisiones antidopaje. O el de la atleta cubana Rosie Ruiz, ganadora del maratón de Boston en 1980 en 2 horas y 31 minutos, el mejor tiempo en la historia de la prueba. Rebajó en 25 minutos la marca que había obtenido poco antes en la maratón de Nueva York, lo que despertó sospechas: había utilizado el metro a mitad de la carrera.

Pero el gran fraude en la historia del deporte recae sobre Lance Armstrong, siete veces ganador del Tour, desposeído de sus títulos ocho años después tras destaparse sus argucias estimulantes. Y más escandaloso aún es lo trascendido recientemente tras revelar un exjefe de la Agencia Antidopaje Francesa que el irresistible corredor estadounidense utilizó (¡a toda máquina!) un motor en su bicicleta, sin que nadie se percatase, lo cual es verdaderamente sorprendente. ¿Cómo es posible que nadie lo desenmascarase? Tan dolosos como el fraude, lo son las negligentes verificaciones.

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