Opinión

Ciberredes sociales, incomunicación, insolidaridad y pobreza

Los fabricantes de teléfonos móviles y quienes desarrollan las redes de telecomunicaciones tienen una obsesión socialmente enfermiza: conseguir que las personas puedan intercambiar cada vez más información y más veloz entre sus dispositivos electrónicos y los de otras personas (2G, 3G, 4G, 5G…). ¿Quizás porque los usuarios demandan velocidades perpetuamente crecientes?

Hace millones de años que esto la naturaleza ya lo ha resuelto: se llama el flujo de la energía, las vibraciones, la química que existe entre las personas, las plantas, los animales… Esto, expresado en léxico de tecnología de la telecomunicación, representa el mayor ancho de banda que pueda existir, y sin la necesidad de que el hombre disponga de dispositivos ajenos a él ya que los incorpora en su seno: su conexión natural con el ser, y con todo lo que existe en las galaxias.

El intercambio de vibraciones entre las personas, de energía, moviliza sus emociones, o expresa el amor, y siempre ha estado ahí sin la necesidad de tener que fabricar y contaminar. Lo absurdo de esta carrera tecnológica que considero que rezuma una dosis elevadísima de ignorancia sobre qué es la vida, consiste en si se pretende inventar con la mente lo que ya existe y está integrado en la totalidad del cuerpo de las personas.

También podemos observarlo en los animales, si, por ejemplo, nos fijamos en el vuelo de las bandadas de pájaros: coordinan exactamente su posición triangular a través de una comunicación energética entre ellos. ¡No llevan un móvil en sus alas! ¡ni un GPS electrónico! Pues bien, muchas personas muy desconocedoras de todo esto —a quienes la humanidad denomina "muy inteligentes"—, están trabajando para descubrir… ¡lo que ya existe! Y las personas, por el hecho de comprar estos dispositivos y usar estas tecnologías, las estamos animando, aunque unos más, y otros menos.

Exceptuando, al menos por el momento, los cibertelecontactos con una finalidad de gestión, cada vez que un ser humano le habla a un cacharro para que en otro cacharro similar un ser querido oiga un sonido que le evoque claramente a la persona que habló ante el primer cacharro, pierde una oportunidad maravillosa para desarrollar su comunicación personal. Por ejemplo, para mirar a quien tiene al lado con amorosidad; para pedir ayuda en alguna cuestión a la persona que tiene delante; para hacer algo bonito con quienes le rodean en ese momento; para dar las gracias con autenticidad a quien, en el ejercicio de su trabajo, le está vendiendo la barra de pan; para observar la ternura del niño que pasea por el otro lado de la calle de la mano de sus padres...

Y, por la otra parte, cada vez que una persona le habla a un cacharro para que en otro cacharro similar un ser querido oiga un sonido que le evoque claramente a la persona que habló ante el primer cacharro, quien oye ese sonido corre el riesgo alto de creer que el primero está con él solo porque oye un sonido que le recuerda a su voz.

Esto es así porque durante miles y miles de años la naturaleza, la vida, el universo, nos han ido construyendo de forma que cuando alguien está a nuestro lado lo captemos de varias maneras: una de ellas consiste en que percibimos el sonido que de ella sale. Pero si oímos en un cacharro un sonido similar a la voz de alguien que no esta junto a nosotros, la naturaleza hace que (por lo menos inconscientemente) busquemos a la persona, y el hecho de que no está junto a nosotros eleva forzosamente nuestro nivel de ansiedad.

La elevación del nivel de ansiedad tiene muchas consecuencias negativas en la vida de una persona: una de ellas es que dificulta su comunicación con sus semejantes. Es más, la tendencia inconsciente y natural a reducir su nivel de ansiedad provocará que los use para ello. Pero el ser humano es un fin en sí mismo, es decir, no puede ser usado para ningún otro fin (porque entonces sería un medio, no un fin).

Llegados a este punto, quizás convenga tener en cuenta que la forma más socialmente aceptada de utilización de un ser humano es la manipulación de sus emociones: se denomina manipulación psicológica, manipulación emocional, y más coloquialmente, chantaje emocional.

A medida que una persona se telecomunica más y más a través de las llamadas ciberredes sociales y la telefonía, se comunica personalmente menos con quien le rodea, lo cual produce una desconexión cada vez mayor de sí mismo —con la consiguiente disminución de la autoestima que esto siempre produce—, y el aumento de su sensación de vacío interior. Todo esto, excepto —claro está—, que sea consciente de ello y se mantenga "con los pies en el suelo". Pero no suele ocurrir así.

Debido a la dinámica lamentable que se crea se produce un escaso desarrollo de la individualidad, y los criterios personales, o bien disminuyen, o bien no llegan a desarrollarse. Es por ello que este hombre o mujer que se telecomunican más que se comunican, son susceptibles, por ejemplo, de ser captados a través de las ciberredes sociales para una extensa variedad de fines. Estos, como mínimo lo empobrecen como ser humano, e incluso pueden llegar a destruirlo como persona: el reclutamiento para grupos sectarios (p. e., islamistas radicales y otros fundamentalismos religiosos); el consumo de sustancias nocivas para la salud y adictivas; la introducción en el juego a través de internet con el muy probable desarrollo de una ludopatía, la adicción a la ciberconectividad, etc.

Creo que las telecomunicaciones, y, en general, la tecnología y todo lo que ha posibilitado la revolución industrial, continúan demostrando sobradamente su inmensa capacidad para generar desigualdades, insolidaridad y mucha hambre y pobreza en la Tierra.

Tengamos en cuenta que lo que se ha venido denominando "progreso" se ha llevado a cabo mediante la realización de grandes agujeros en la Tierra, la extracción a través de ellos de lo que a la misma le llevó millones y millones de años formar, y su posterior quemado, el cual ha destruido en unos pocos años una buena parte de la capa de ozono que se formó durante también muchísimo tiempo.

A través del último acuerdo climático, la humanidad se compromete a que dentro de unos 15 años la temperatura del planeta no sea superior en más de dos grados a la que había antes de la revolución industrial.

Y yo me pregunto: ¿No es esta una forma implícita de reconocimiento de que lo que la mente del hombre ha construido desde la revolución industrial está destinado a la desaparición de la Humanidad? ¿Cómo es posible que las personas tengan alta consideración hacia quienes poseen una capacidad intelectual elevada, si esta solamente se pone al servicio de la destrucción del ser humano?

Solamente una persona desconocedora del mundo y sus entresijos podría proponer que cesara de repente el uso de las telecomunicaciones.

Para pilotar una nave espacial es necesaria una importante formación y habilitación aeronáutica.

Para conducir un camión de gran tamaño es necesaria una formación adecuada y un permiso de conducir, digamos, especial.

Para manejar un utilitario por una vía pública es necesario disponer de un carnet de conducir que esté vigente.

Pues bien, muchísimas personas, entre ellas menores de edad, se introducen en el sistema mundial de telecomunicaciones a través de los programas de mensajería instantánea, las ciberredes sociales, etc, sin un conocimiento de sus peligros, y sin carnet. Esto, amables lectores, sí podemos cambiarlo en no demasiado tiempo, mas, claro está, es imprescindible para ello voluntad política.

En cualquier caso, el planeta muy probablemente sobrevivirá, y muchas de sus especies.

¿Nosotros?

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