Opinión

Aisló más a los aislados y ciberconectó más a los adolescentes

A veces nos duele recordar aquellas dos mil horas en las que fue necesario que redujésemos sobremanera el ejercicio de nuestra libertad de movimientos
 

En la primavera algunos mayores y menos mayores que viven solos vieron crecer a su unipersonal familia con quienes aplaudían, veían, oían y sentían a las 8 de la tarde. Después, estaban sus familiares y esos amigos antiguos que viven lejos; oían sus sonidos, veían sus imágenes. Y el trabajo social con las chicas y chicos en riesgo de exclusión social tuvo que hacerse mediante la presencia telemática de sus referentes.

Algunos sustituimos la participación en actos públicos culturales y artísticos por una mayor comunicación con quienes convivíamos o sanitaria y/o legalmente podíamos. Considerando la función cultural y artística como nuestra intimidad proyectándose hacia el otro, y la del otro generosamente hacia nosotros, hicimos arte y cultura presencial con nuestros allegados. Los más afortunados disfrutamos del honor de recibirlos también a través de las pantallas. Para evitar enfermar de gravedad por algo nuevo y repentino, tuvimos y tenemos que taparnos la parte de la cara que goza de mayor privilegio para expresar nuestro afecto, apego e incluso el amor. La espontaneidad táctil de nuestras necesidades, miedos, cariños, alegrías, etc, comenzó a convertirse en algo social y familiarmente reprobado.

Y muchos de nuestros adolescentes estuvieron más patológicamente pendientes de esa ínfima expresión de la realidad existencial humana que puede traducirse en imágenes y sonidos a través de la hiperciberconectividad (HCC); ¡los tan idolatrados datos! Varios estudios demuestran que la ira es la emoción que se transmite a mayor velocidad en las ciberredes sociales; de esta forma, como vehículos que transportan velozmente algo muy dañino, bien pueden ser denominados armas. La HCC nos impide percibir lo más sustancioso de nosotros mismos. Es una conducta compulsiva provocada por la indeseada vivencia —a menudo inconsciente— de una intensa sensación de soledad provocada por el estilo de vida que hemos construido. Nos aleja de nuestro fondo, desde el que forjamos un carácter sano y dinámico a partir de nuestra semilla como seres humanos. Y de la profundidad de la que manan la confianza —la profunda satisfacción de estar vivo— y los sentimientos de empatía y solidaridad.

Para que apuesten por el tránsito del puente que desde la niñez conduce a la adultez necesitan sentirse mínimamente seguros; sino, este ocurre con excesiva lentitud. ¿La forma en que nos comportamos con ellos les ofrece seguridad? ¿Dedicamos el tiempo necesario para fomentar y establecer con ellos acuerdos cuyo cumplimiento refuerce al adulto que formándose está? ¡Aprecian tanto nuestros esfuerzos por permanecer en esa actitud humilde y firme hasta que el acuerdo llega! ¡Igual que los que papá y mamá también necesitan para que la armonía reine en su relación de pareja! Para ellos es muy prometedora esta alternativa dialogante frente al autoritarismo. Al comienzo, el tiempo necesario para llegar a los acuerdos puede llegar a durar varias horas, e incluso de varios días; un intenso trabajo en el que se sienten muy respetados y considerados. Por cierto, ¿cuándo nos interesa los tratamos como niños, y cuando nos interesa tratarlos como adultos...?

Un desarrollo corpóreo alto y la percepción de la fuerza de la naturaleza buscando perpetuar a su especie, provocan que la chica o el chico intente huir de las conductas infantiles; que vaya al mundo de los planteamientos, las necesidades, los miedos y las conductas adultas. Puede considerar que ya tiene los privilegios y derechos de los mayores. Mas, en esta situación, para que también cumpla las obligaciones homólogas, ha tenido y tiene que ir aprendiendo a comportarse con responsabilidad; ha debido y debe interiorizarlo con el ejemplo de sus padres y demás referentes.

Volviendo a esos objetos —en general planos— de tamaños diversos, ¡cuántos chicos habrán consumido ya centenas de horas adicionales de pantallas desde que comenzaron los efectos patológicos individuales y sociales de la pandemia por SARS-CoV-2! Horas de ciberredes además de las dedicadas a intentar continuar a través de internet con la actividad académica suspendida en modo presencial. Chicos a quienes ya costaba mucho relacionarse sanamente con sus iguales, y con su padres y hermanos en el seno del hogar familiar. Llegados a este punto, ¿la solución consistirá en administrarles sustancias psicoactivas cuando desarrollen conductas más asociales? ¿Y en prescribirlas también a los millones de personas que viven solas? Maravillosamente, si vamos recuperando poco a poco la conexión con nuestro ser profundo, la sabiduría natural de nuestro cuerpo nos irá indicando con algún malestar, incomodidad o dolor en qué momentos las formas en que nos comportamos no son adecuadas para nuestra salud como seres individuales y sociales.

¿Y si desde hace varias décadas la intuición natural de muchos niños y chicos los empuja a desconfiar del sistema académico? ¿Lo ven diseñado para perpetuar un tejido social y económico que no les gusta y que además tiene su origen en la familia, en familias como la suya? ¿Permitimos que el miedo y las exageradas ansias de seguridad futura para nuestros vástagos nos impulsen cuando intentamos orientarlos en su camino? Me refiero a ese a través del cual encontrarán su verdadera vocación. ¿Estamos atentos para detectar desde que son niños esas cosas con las que se sienten especialmente habilidosos? Sí, esas que les procuran satisfacción y al mismo tiempo su realización hará que la sociedad sea más justa. Quizás si actuásemos así podrían sentirse más orgullosos de ella y de nosotros. Por tanto, ¿y si nos constituimos en apenas un soplo de inspiración respetuosa hacia ellas y ellos.

En ese tránsito adolescente, por una parte ven correr malos tiempos para la durabilidad y calidad de la relación de pareja, tiempos de un individualismo pernicioso para las cosas de dos, de tres, de cuatro, etc. Por la otra, les duele que muchos empleos tengan una duración excesivamente corta. Por cierto, ¿les hemos preguntado si se sienten orgullosos de que los adultos adoremos a las cosas y usemos a otras personas según nuestros intereses particulares, incluso sexualmente? ¿Estamos seguros de que dan su profundo visto bueno a esos progenitores que decían y dicen que han de hacer de madres y padres? ¿Y si les gustase más que ellas los ayudasen a ser mejores padres, y que estos hiciesen lo homólogo con ellas?

Son hijos, nietos y bisnietos de personas que en muchos lugares apenas se están reproduciendo. Han visto la luz en un período de la historia influido por fortísimas reivindicaciones: las de una economía materialista, neoliberalista y elitista, que quizás busca inhumanamente en las democracias aumentar el patrimonio de los más acaudalados y así reducir su miedo; las de una ideología social cargada de una igualdad manida, desabrida y malentendida —que parece dar licencia para todo— , y que quizás solo persiga inhumanamente como consecuencia del miedo pasado la defensa de la anhelada y prometedora dignidad de las mujeres como personas.

Las dedicaciones profesionales o inactividad laboral de nuestras chicas y chicos tejerán la sociedad. Esta se forjará como producto, ¿de sus individuales trascendencias, de su inherente e intuitiva tendencia y vocación de ser personas de provecho? ¿O nos encontraremos con una fea prolongación si actuamos con dirigismo hacia ellos?

Volviendo a la enfermedad, cada vez más personas con gran conocimiento de la naturaleza y capacidad de visión nos invitan a pensar: ¡Anda que si el planeta se está defendiendo del sistemático ataque que le estamos lanzando con un ejército tal que una de sus avanzadillas nos provoca la infección que nos trae de cabeza!

Vierto mi gratitud hacia mis seres queridos; estaban en mi corazón y lo compartían con quienes realizaban y realizan los trabajos esenciales en aquellos duros meses. Gracias a ellos y sus profesiones nos sentimos cuidados. A veces nos duele recordar aquellas dos mil horas en las que fue necesario que redujésemos sobremanera el ejercicio de nuestra libertad de movimientos. La que mana de nuestro derecho personal consagrado en la Transición; un período modelado por la necesidad de un diálogo prometedor que dio una solución cabal; el mismo que necesitamos en este otoño de 2020.

Las esencias se guardan en frascos pequeños y en tan solo uno cabe la maravillosa humildad; gozosa, ve como juegan a su lado los por favores y los lo siento.

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