Opinión

Retrato a contra Luz

A veces ocurre que una obra artística llama en especial nuestra atención sin que sepamos bien por qué lo hace. Hay algo en ella, además de los aspectos propios del arte y la técnica, que nos anima a indagar para saber de sus circunstancias, de las pequeñas o grandes historias que están detrás
 

NOS APROXIMAMOS por caminos diversos y procuramos reunir información y testimonios que expliquen, como en este caso, que una pintura trascienda no solo en lo artístico, sino como un lugar de encuentro de personas y sensibilidades en momentos cruciales. Si la pieza guarda un significado extraordinario para quienes formaron parte de su creación, es probable que el espectador, de alguna manera, lo llegue a percibir.

Todo esto motiva que me acerque al cuadro ‘Retrato de María Teresa Sierto Jurado’ pintado por Luz Antequera, para estudiar la obra y apreciar sus cualidades pictóricas, pero también para considerar la calma y el silencio que transmite. 

La autora. La pintora María Luz Antequera Congregado nació en Cáceres en 1948, hija de Antonio y Dionisia. Su padre, además de ferroviario, era ebanista y su madre fue una reconocida modista, emprendedora y pionera en el mundo de la moda que en 1958 fundó Modas Dioni, la primera casa de modas de la ciudad extremeña, con especialidad en trajes de novia y ceremonia y con talleres propios de diseño y costura. Si tenemos todo esto en cuenta, podemos suponer que Luz creció en un ambiente de trabajo, creatividad y talento que, como poco, alentaría sus inquietudes artísticas.

En 1976, Luz Antequera ganó el primer premio en el concurso de pintura del Bimilenario de la Fundación de la Ciudad de Lugo con un cuadro figurativo y simbólico titulado ‘Arde Galicia’

Con el tiempo, la vida de Luz Antequera acabaría muy vinculada a Galicia, en particular a las ciudades de Lugo y A Coruña. Conocer al lucense José Ignacio Pardo Pedrosa tuvo mucho que ver. Juntos estudiaron en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, donde fueron alumnos aventajados. Se casaron en 1970 e iniciaron una vida en común dedicados profesionalmente a la docencia, pero sin abandonar sus respectivas facetas artísticas. Durante varios años participaron en exposiciones y certámenes de ámbito nacional (Concurso Blanco y Negro, Ateneo de Madrid, Bienal de Zamora…).

En 1975 los dos obtuvieron por oposición la cátedra de dibujo para institutos de enseñanzas medias, Luz para el Instituto Femenino Nuestra Señora de los Ojos Grandes de Lugo y José Ignacio para el Instituto Mixto Polígono de Zalaeta de A Coruña. Unos años más tarde se asentarán en centros de A Coruña y establecerán su domicilio en esta ciudad. Pero Lugo no dejó de ser un lugar de referencia donde, además de lazos familiares, mantuvieron sólidas amistades.

En 1976, Luz Antequera ganó el primer premio en el concurso de pintura del Bimilenario de la Fundación de la Ciudad de Lugo con un cuadro figurativo y simbólico titulado ‘Arde Galicia’. Jose Ignacio, por su parte, alcanzó el segundo premio con la obra ‘Vegetal’, una interesante propuesta de realismo de exquisita precisión técnica. Los dos cuadros premiados se conservan en el Museo Provincial de Lugo.

La tesis. En 1991 Luz Antequera presentó su tesis doctoral en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, un trabajo titulado ‘Arte y astronomía: evolución de los dibujos de las constelaciones’ dirigido por José María González Cuasante, catedrático de pintura y casualmente uno de los pioneros del fotorrealismo pictórico en España. 

Su interés, casi obsesivo, por la cosmogonía quedó en parte reflejado en su pintura

Su planteamiento es sorprendente, ya que establece posibles relaciones entre las pinturas de la cueva de Altamira y las constelaciones. La pintora realiza un pormenorizado estudio que le permite encontrar equivalencias entre la disposición de los dibujos de los animales en la cueva, precisamente en la sala de los bisontes, y la visión de la bóveda celeste. Su tesis, en todo caso, fue novedosa, atrevida y generó abundante controversia, como era de esperar. No obstante, recibió significados apoyos de quienes se mueven en el ámbito de la arqueoastronomía.

Su interés, casi obsesivo, por la cosmogonía quedó en parte reflejado en su pintura y en colaboraciones mantenidas durante años con el Museo de las Ciencias de A Coruña.

El retrato. A lo largo de su trayectoria artística, Luz Antequera se mantuvo en el campo de la figuración y dedicó un espacio importante al género del retrato. El que hizo de María Teresa Sierto nos permite aproximarnos a interesantes facetas de su proceso creativo.

Es fácil relacionar de inmediato esta obra pictórica con la fotografía. Y también establecer paralelismos con artistas estadounidenses y británicos de las décadas de los 60-80 del siglo XX. Pintores que reaccionaron ante el expresionismo abstracto y asimilaron el influjo del arte pop.

Antequera sin duda conoce la obra de Edward Hopper (‘Western Motel’, 1957) y la del polifacético artista David Hockney (‘Mr. and Mrs. Clarck and Percy’, 1970), pintores en los que la relación entre la fotografía y la pintura adquiere mucha importancia.

También se acerca al nuevo realismo que se desarrolla en España a partir de los años setenta, del que tenemos buen ejemplo en la pintura del antes mencionado González Cuasante.

La pintora concibe y selecciona la escena a través del objetivo fotográfico

El retrato es un género clásico aceptado, adaptado y muy desarrollado en la pintura que, como esta, conecta con la fotografía y los realismos fotográficos.

La pintora concibe y selecciona la escena a través del objetivo fotográfico. Esto es obvio, no trata de ocultarlo, al contrario, refuerza esa intención fotográfica como parte de la propia obra. Maneja códigos fotográficos de objetividad y fidelidad a la realidad. Pero no va más allá. No pretende confundir al espectador (¿será una fotografía o una pintura?). No pretende alcanzar la nitidez extrema, hiperrealista, que ya resulta irreal. 

Utiliza recursos propios de la fotografía: encuadre fotográfico, contraste lumínico, viveza del color, definición de líneas, perfección del trazo, brillos y líneas de luz… Intencionadamente, busca eliminar la característica matérica del óleo, es decir, que no se marquen las pinceladas. No hay huella de pinceles y apenas se nota la textura del lienzo, aunque se aprecia cierta variación en la densidad de la pintura. El fondo que forman el cielo y el ventanal está resuelto con una capa ligera, mientras que la figura tiene algo más de consistencia.

La obra está compuesta por cuatro bastidores con sus respectivos lienzos unidos por la parte trasera para formar la gran superficie del cuadro, de 2 metros de alto por 1,63 de ancho. 

El montaje apenas se aprecia. La pintora hizo coincidir en lo posible las líneas del dibujo de las ventanas con las uniones de los bastidores. Se preocupó de camuflarlas para evitar distracciones al contemplar la obra. 

La idea. El cuadro es fruto de la amistad entre dos matrimonios, el formado por María Teresa Sierto y José de Cora y el de Luz y José Ignacio, dos parejas amigas que comparten vivencias, aficiones y tertulias en tardes de sábados.

Gracias a José y a José Ignacio he tenido acceso a imágenes fotográficas y detalles muy significativos que documentan y enriquecen la historia del cuadro y sus protagonistas, la pintora y la modelo.

También fue Luz quien sugirió el vestido, que de hecho era suyo y prestado para la ocasión

Por ellos sé, por ejemplo, que fue la pintora quien propuso el retrato y quien cuidó cada elemento. Eligió el lugar, ante el ventanal de la galería de su propia casa, en A Coruña, y colocó la silla, un modelo ligero y de diseño contemporáneo.

También fue Luz quien sugirió el vestido, que de hecho era suyo y prestado para la ocasión. Vaporoso, original e intuyo que escogido por sus posibilidades plásticas, por los motivos geométricos del estampado y su juego de colores primarios, secundarios y complementarios. 

La artista eliminó todo adorno, todo elemento accesorio; dispuso la postura María Teresa y organizó una escena aparentemente sencilla, pero muy pensada, muy, muy equilibrada.

Los pies descalzos. Al mirar el cuadro, enseguida llaman la atención los pies descalzos de la retratada. Podríamos buscar un valor simbólico o alegórico. Tenemos suficientes referencias en obras de arte desde la Antigüedad, entre otras las asociadas a la humildad y a la vida terrenal. Pero también podemos optar por un significado más sencillo. Quizás la pintora quiso romper la formalidad del posado y conseguir mayor contraste con el vestido, tan cuidadosamente seleccionado. Es probable que eliminar el calzado fuera improvisado y espontáneo pero, en cualquier caso, demuestra confianza, la confianza de la amistad que nos permite relajarnos, descalzarnos delante de aquellos con quienes nos sentimos cómodos y libres de formalismos.

La ventana.La ventana, el ventanal, tiene una significada presencia en la composición del cuadro.

La ventana como motivo pictórico posee un gran potencial simbólico y artístico. En las pinturas de los primitivos flamencos nos permite ver paisajes idealizados, como un cuadro dentro de un cuadro, y también demuestra la relación entre la pintura y la arquitectura. Establece los límites entre el interior y el exterior. Puede ser un recurso para iluminar, cuando da entrada a la luz que define siluetas y transforma la representación de los ambientes cerrados, pero también puede ser el elemento clave en la amplia iconografía de mujeres y ventanas de la pintura del XIX, para aludir a la vida restringida al entorno doméstico. Y sobre todo podemos considerar que la ventana, en cuanto a encuadre que acota y selecciona una escena, es, en definitiva, la metáfora del cuadro.

La pintora plantea un acertado contraste de tradición y modernidad

En el ‘Retrato de María Teresa Sierto’, un gran ventanal tipo galería con molduras sencillas organiza el espacio de fondo, como una trama de líneas y simetrías, un orden de rectas verticales y horizontales ante el que se sitúa la figura de la mujer sentada, que bien podría inscribirse en un perfecto triángulo rectángulo.

La pintora plantea un acertado contraste de tradición y modernidad. Por un lado la galería, tan propia de la arquitectura coruñesa, de madera, blanca y con ventanas de guillotina. Por otro lado, el diseño contemporáneo, evidente en la silla y el vestido.

Y tras la ventana el cielo, solo cielo y nubes, sin paisaje, sin ciudad, sin horizonte. La pintora adopta un punto de vista bajo respecto a la modelo para potenciar esa vista.

El ventanal es la fuente de luz que genera el contraluz intencionado, pero quizás sea también el elemento utilizado para poner en relación a la mujer retratada con el universo y replantear de nuevo el lugar que ocupa el ser humano en el cosmos. Encajaría bien en las ideas y preocupaciones de la artista.

El final. Luz Antequera comenzó a pintar el retrato de su amiga en la primavera de 1983. Durante el mes de agosto, tras varias sesiones y varios meses de trabajo, abordó la última fase de la pintura, la de ajustar y retocar antes de considerar la obra terminada. Un tiempo necesario para valorar y equilibrar dudas antes de mostrar el resultado. No podía imaginar que la retratada no llegaría a ver el cuadro acabado. Porque en septiembre, cuando aún el óleo estaba fresco, se produjo la muerte de María Teresa tras un fatal accidente.

El retrato concebido por amistad, se había convertido en una insospechada obra de despedida.

Queda pendiente el estudio y el adecuado reconocimiento de la pintura de Luz Antequera

La pintora nunca llegó a firmar el cuadro y durante mucho tiempo se angustió con la idea de que los pies descalzos, que relacionó con otras pinturas y otras vivencias anteriores vinculadas con la muerte, hubieran sido un detalle premonitorio de la tragedia.

El cuadro precisó permanecer un tiempo en el estudio de Luz, en reposo. La carga emocional era enorme. En ese período, José Ignacio Pardo obtuvo una singular imagen fotográfica del retrato y la pintora que sugiere un juego premeditado de trampantojo y de retrato con retrato. Con esa visión, que enfrenta a las dos mujeres y las mimetiza, el artista consigue ir todavía más allá del cuadro y ofrecernos una nueva e interesante lectura de una obra que contiene una historia excepcional.

Un año después del terrible suceso, el padre de María Teresa, Manuel Sierto, cedió el cuadro en depósito al Museo Provincial de Lugo, en donde todavía permanece, aunque actualmente no forma parte de la exposición permanente, sino de los fondos que se guardan en el área de reserva de la institución.

Luz Antequera falleció en 2006, a los 57 años. Queda pendiente el estudio y el adecuado reconocimiento de su pintura.

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