Opinión

'Sozinho'

Con esos inicios de pretendida grandeza no les quedó la oportunidad de despedirse en bicicleta, qué vulgaridad

Perdieron las elecciones, claro. Si es que alguien todavía los escucha, seguirán culpando a los electores de ignorantes y desagradecidos. Deberían haber sospechado la cosecha. Un gobierno de una autonomía española tomó posesión y gestionó inmediatamente una audiencia protocolaria con el Rey, y no por monárquicos. Allá se fueron a Madrid. El día anterior viajaron en avión a la capital. Sus coches oficiales, con sus correspondientes chóferes, lo hicieron por carretera. Se trataba de llegar a la Zarzuela cada cual en su vehículo oficial, alguno con banderín en la parte delantera para que se diferenciasen los grados. Aquello más que una exhibición de poder fue una majadería. Cómo disfrutarían en Buckingham Palace, si los dejasen entrar.

Con esos inicios de pretendida grandeza no les quedó la oportunidad de despedirse en bicicleta, qué vulgaridad, como un primer ministro holandés. Se fueron abatidos, sin entender que no se les reconociese su dedicación a prestigiar el país.

La parafernalia hueca para hacerse ver, destacar, y creían que respetar, que rodeó a cargos que pisaron la moqueta cuando aún los obreros la desplegaban, en realidad era la expresión de una pueril egolatría y el reconocimiento de la falta de auctoritas.

Aquella fue una procesión bananera que merecería la atención de Valle Inclán o del realismo mágico latinoamericano. No me consta que exista crónica del cortejo por las calles de Madrid. No nos precipitemos, la corte de Pujol, bajo el cuento de dignificar las instituciones, marcó ruta. Tarradellas, que llegó con lo puesto, no lo necesitaba: tenía autoridad aunque le faltasen las competencias.

Me acordé del suceso al ver el pasado domingo a Marcelo Rebelo de Sousa aparcar su coche particular para ir a votar y cuando por la noche acudió para intervenir tras conocerse los resultados: había ganado en la primera vuelta. Un analista de Expresso lo narró brillantemente: "Sozinho no seu propio carro a rabiscar un discurso que faria solitario num atrio vazio de uma facultade". Lo titulaba con acierto: "Desacralización do poder". Desde ese argumento explicaba la popularidad y el éxito: otra forma de vestir el traje del poder, que en política como en tantos otros quehaceres, incluso para un rey, casi siempre es prestado.

La proximidad, la simpatía y al final los votos se los dan esos gestos de persona normal, como su presencia veraniega en bañador para hacer la compra en un supermercado, cuando no duda en lanzarse al agua para socorrer a unos bañistas en apuros, cuando como un pensionista más se incorpora al baile en un club de jubilados, cuando abraza con sentimiento real a quienes sufren pérdida de vidas humanas y de bienes en un incendio forestal o cuando con António Costa, el primer ministro socialista, asiste con normalidad a la misa papal en Fátima.

Es popular, no populista. Por esa vía de empatía vemos como en su elección se impone la política de la moderación frente a los avances que también en Portugal logra la polarización y la radicalización que destruye puentes de encuentro.

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