Opinión

Radio pública de radio pública

Miserias de la radio pública fue el título y el contenido de una columna de Manuel Rodríguez Rivero semanas atrás en Babelia. La experiencia personal con Radio Clásica en un obligado confinamiento le llevó a concluir que esa radio, nacida en 1965, "está pasando uno de los baches más tremendos de su asendereada existencia". Lo comparto tanto que me apodero hasta del título. Algún apunte dejé caer aquí cuando descubrí, y aun no me abandonó el asombro, que en programas de cháchara infumable a media mañana tutean a la audiencia. Estos no son ni de lejos los discípulos de Carlos Tena, que sí rompió moldes. ¿Dónde van los Clásicos populares de Fernando Argenta y Araceli González Campa? Una radio pública se distinguía por la calidad de su lenguaje y locución.

Una radio pública se caracterizaba por la fiabilidad de su información. Y una radio pública cuenta por el mundo adelante con unos canales —emisiones o como se quiera decir— de música clásica y de programaciones culturales que no cubren por razones comerciales las emisoras privadas. No se trata de programación soporífera para especialistas, iniciados o minorías. La radio pública ha de contribuir, para legitimarse, a elevar el nivel cultural, que incluye el musical, de la población general. Para tal fin ha de atraer a la audiencia como sucedía con un Pérez de Arteaga, por citar un ejemplo popular, reconocido y admirado. Aquí, con demasiada frecuencia, resulta casi imposible diferenciar por contenidos las radio fórmulas musicales privadas de las públicas. Para un viaje así, de contenidos musicales ligeros, pop, éxitos comerciales, en definitiva para los 40 Principales, Europa FM o Cadena 100, ya están la Ser y otras empresas privadas. No se justifica así una emisora pública. Estas no están para hacer competencia desleal a la captura de audiencia con contenidos de saldos culturales.

Cómo se explica que la radio pública británica o la estadounidense tengan tanto prestigio y audiencia. Ahí sigue Morning Edition, que se puede escuchar en internet, o el gráfico ejemplo de las emisiones de Un verano con Montaigne en France Inter. Los hubo con Pascal, Baudelaire o Marcel Proust, especialidad de Antoine Compagnon, padre del programa. Divulga, entretiene y educa. No aburre. Están disponibles los podcast y el libro sobre Montaigne traducido.

Rivero echa de menos en la radio pública espacios dramáticos, un esfuerzo por ofrecer, como hace la Radio 4 de la BBC, páginas culturales y divulgativas entretenidas a cargo de expertos, adaptaciones de novelas, crítica cultural, semblanzas históricas o debates que manden por las tuberías de las aguas fecales esas tertulias de voceros partidistas y se ocupen los espacios con otros muchos temas. Creo que es obligación de una televisión pública programas como La Clave aquella que ofrecía Balbín.

Se trataría, y volvemos a la radio pública, de ofrecer "una programación de calidad y para amplias audiencias". Claro que "todos ganaríamos", como escribía en su Sillón de orejas Rodríguez Rivero con su humor, ingenio y acertadas pullas. "Incluso pareceríamos un país que se toma la cultura en serio. Aunque quizás sea eso lo que se pretende evitar". Probablemente. Más que falta de voluntad política, falta concepción política de lo que ha de ser lo público.

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