Opinión

Medio año después

EL TELEPRÓNTER, un apuntador electrónico, es un artilugio que sirve para que un político o un locutor hable sin que aparezca dependiendo de unos papeles. El texto se reproduce en una pantalla a la velocidad de la intervención de quien lee, habla. El pasado martes el telepronter de Pedro Sánchez empezó a funcionar antes de que el presidente del Gobierno iniciase su intervención. Son riesgos que se corren. Los periodistas presentes en la sala de la Moncloa vieron por anticipado de qué iba el discurso. Es probable que con la que está cayendo y con la que se avecina, incluso la propia máquina echase en falta una comparecencia del presidente después de semanas de ausencia.

Quizás sobre la pantalla del teleprónter pasaba una y otra vez el mismo discurso. Así se explicaría que Sánchez repitiese una y otra vez los mismos mensajes. No necesitaba la máquina: son recursos de un político. En síntesis: transferencia del desgate o coste político, que nadie quiere asumir, por la gestión de la pandemia. La sanidad y la educación, que empieza el curso más problemático en muchas décadas, son competencias autonómicas. Tienen, eso sí, todo el apoyo del Gobierno, con rastreadores militares incluidos. Cuando los periodistas preguntaban sobre Podemos y las críticas a la ministra de Educación, por ejemplo, Sánchez seguía atento al teleprónter y echaba balones fuera. Pidió también ahora retirar del debate y la crítica partidista la gestión de la pandemia. Por aquí, algún destacado cargo socialista en Lugo no lo escuchó.

La indiferencia ciudadana explica que lleguemos al final de agosto sin que las autoridades hayan hecho los deberes, o puedan presentarlos como seriamente iniciados; si los hubiesen hecho, no se acumularían en estos días de final de agosto y principio de septiembre las reuniones de coordinación en educación o en servicios sociales. Había unos deberes que, en el caso de las residencias de ancianos, nos anunciaron como urgentes. Pues parece que no lo fueron.

Los ciudadanos no le vimos las orejas al lobo. Cuando en los meses de confinamiento nos ocultaron o evitaron las imágenes más crudas, como las de los muertos que se acumulaban —no sabemos ni la cifra— no nos hicieron ningún favor, ni de cara a nuestro comportamiento individual ante la realidad de la pandemia, así nos fuimos de fiesta tras la desescalada, ni para la presentación de balance de gestión ante la ciudadanía. Esa auditoría independiente que pide el doctor Gestal. Si en la retina estuviesen las imágenes de la cruda realidad de los meses de confinamiento seguro que la estaríamos exigiendo.

Hace seis meses todo era desconocido, nada estaba previsto. No era el momento por responsabilidad de la crítica. Medio año después no se puede tirar de ese argumento y sobre todo cuando hubo descanso vacacional.

No se trata de pedir lo imposible, lo que nadie puede garantizar. Pero sí es exigible que se gestione de forma que los daños para la salud y la economía sean los menores . Y no es con repetición de discurso ni a golpe de improvisación, salvo que no hubiesen contemplado que sucedería lo que acontece.