Opinión

Guerras y lealtades

EN ESPAÑA se entierra muy bien. Solo esa realidad, que se podría aplicar a otros países, no explica el impacto que produjo la muerte del autor de la frase, Alfredo Pérez Rubalcaba. La biografía que escribe Antonio Caño, exdirector de El País, es obra de un amigo (Rubalcaba. Un político de verdad. Plaza Janés). No hay engaño: en el prólogo está la confesión de admiración y amistad. Es también la crónica de tensiones y conflictos internos nunca vistos dentro del PSOE. Pueden interpretarse como problemático relevo generacional, tras un liderazgo fuerte como el de González; lucha de poder entre familias o como conflicto de fondo, de posicionamiento estratégico e ideológico en la socialdemocracia. La aparición de Podemos pudiera ser el detonante.

Las contribuciones reales de Rubalcaba, como en la abdicación de Juan Carlos I, su activo papel dentro del PSOE y en la política española desde el ministerio de Educación hasta el imaginario que se creó, fundamentalmente por sus adversarios, sobre su poder, acumulación de información y estrategia justifican el estudio. Con Rubalcaba en primer plano del escenario o en la discreción pero con activo protagonismo asistimos al plan Ibarretxe, final de Eta, abdicación de Juan Carlos I o el conflicto político e institucional abierto en Cataluña. Y, finalmente, Rubalcaba ocupa despacho principal en Ferraz con la llegada de Pedro Sánchez. Se retira a la enseñanza universitaria. Según el biógrafo ejerció el poder, lo buscó y se le atribuyó. No le obsesionó ser el número uno aunque su trayectoria parecía que desembocaría ahí. Pero, lo recalca Caño, Rubalcaba no fue un político de aparato de partido.

Hay coincidencia en verlo como buen negociador, hábil con la prensa para transmitir el mensaje que busca, estratega y trabajador. No resultó indiferente ni dentro ni fuera del PSOE. Una muestra de la demonización que se hizo de él por sus adversarios, se refleja en las acusaciones que se formularon contra él por las manifestaciones en las calles en la víspera electoral del 14 de marzo. La versión de Caño, como otras, sitúan a Pérez Rubalcaba muy molesto y cabreado por la ocultación de información del Gobierno y por versión mentirosa que pretendió imponer sobre la autoría de Eta en el 11-M. Pero Rubalcaba se desvinculó desde el primer momento de las convocatorias por las redes para la concentración ante la sede del PP en Génova y las caceroladas por varios puntos de España. Sale en la jornada de reflexión en TVE después de que en una muestra de debilidad lo hiciese el candidato Rajoy.

No hay un momento trascendental en esa carrera política. No hay una obra hecha para la posteridad como buscan casi todos los líderes políticos. No era esa figura. Su personalidad, lo admiten incluso sus enemigos, estaba alejada de la vanidad. Nadie discute la singularidad del político, su trayectoria de corredor de fondo, con varias muestras de sentido de Estado, como el pacto antiterrorista con el Gobierno de Aznar. Influyó tanto en su partido como en la marcha sin sobresaltos de la situación española.

¿Hizo política, la del felipismo frente a Sánchez , desde el consejo editorial de El País? Es una acusación que formuló la izquierda y que se activa. Cuando el autor de la biografía dirigía El País, un editorial calificó a Sánchez de "insensato sin escrúpulos".