Opinión

Es un placer

El Papa celebró con "es un placer" el regreso a la ventana sobre la plaza de San Pedro para el Ángelus del pasado domingo, Pentecostés, tradicional fiesta y puente el lunes en muchos países europeos, como Alemania. Un saludo que encontró el aplauso de quienes habían acudido a la plaza. El 8 de marzo, cuando por las medidas frente a la pandemia se había traslado este acto a la Biblioteca Apostólica para su transmisión por streaming, Francisco confesó que así «enjaulado» el sentimiento era un poco raro. Tanto ese sentimiento como el placer del regreso a la normalidad es compartido.

El reencuentro con la normalidad de la vida redescubre los mayores placeres: el que se experimenta con el primer café de una auténtica máquina expresso —no las imitaciones para uso doméstico de las que hicimos uso mientras permanecimos enjaulados—, café que nos sirven en una mesa del parque y con una camarera que expresa la satisfacción por volver a vernos en la normalidad; el trago de cerveza que compartimos en una terraza a la que da calor el sol primaveral; el paseo por la playa y la experimentación sobre la piel del aire del mar como vida y libertad; o un almuerzo de reencuentro, con charla de repaso del tiempo «enjaulados». Hasta la mesa de un espacio marinero en total sosiego llega la tranquilidad que transmite el sonido del agua de una ría en calma, salpicada de veleros que avanzan suavemente como si deseasen saborear en esa lentitud el reencuentro con el paisaje, que nos acoge como parte de un todo de vida.

Francisco, vuelvo al placer del regreso a la normalidad con el Papa, sale reforzado del confinamiento, según el corresponsal de Le Monde en Roma. No estuvo ausente, para todos, en el confinamiento. Cuando los obispos italianos se rebelaron contra el primer ministro, que no consideró como imprescindibles los actos de culto, Francisco calmó las aguas episcopales y clericales con una invitación a la responsabilidad y a la prudencia.

De esta experiencia histórica queda una imagen de Francisco, el 27 de marzo, en la soledad de la plaza de San Pedro bajo un cielo oscuro, de tormentosa lluvia, que acentuaba la sensación apocalíptica que transmitían las cifras de los muertos, los contaminados y las imágenes de muchas urgencias y Ucis hospitalarias desbordadas en Italia o España. Aquella presencia del Papa para una bendición ‘Urbi et orbi’ en una vacía plaza de San Pedro dio inmediatamente la vuelta al mundo, abrió informativos y ocupó primeras planas: es, con independencia de creencias, el reflejo de las vivencias de aquellos días cuando no solo nos confinaron, también nos replegamos sobre nosotros mismos ante un súbito parón del mundo que nos devolvió a la realidad de la condición del hombre. Apunta Jèrôme Gautheret, en ese reforzamiento de la imagen de Francisco en la pandemia, el paseo en soledad por el centro de Roma, el 15 de marzo, hasta Santa María la Mayor y luego a San Marcello, donde la tradición romana sitúa una cruz milagrosa en la plaga de 1522.

No solo refuerzan las imágenes, también sus intervenciones con la sencillez de un párroco, desde la proximidad de quien muestra que experimenta y comparte los sentimientos de cualquier persona ante la amenaza desconocida