Opinión

Desbocados

Quienes en Milán cubrieron con pintura roja la estatua de Indro Montanelli y escribieron por "racista y violador" deberían limpiarla con su lengua. La propuesta es de un periodista italiano. Y la chusma que pretende derribar la estatua de Churchill frente al Parlamento británico debería recibir un correctivo similar sin necesidad de paramilitares que salgan en defensa del monumento. Es el fin de la realidad. Estos que pretenden derribar estatuas de quienes han aportado algo positivo a la humanidad son los mismos que muestran su comprensión ante la barbarie actual por las diferencias culturales y practican el silencio frente a los excesos y abusos de hoy por fanatismos político-religiosos en algunos países. Son los mismos que nunca ven ni condenan las dictaduras que se cubren con lenguajes de justicia social, que no practican. 

Unos se protegen en una acción rápida en la noche, el tiempo imprescindible para grabar un vídeo y convertir así en hazaña en las cloacas de las redes lo que es desprecio a la inteligencia, y otros lucen su ignorancia sobre una figura clave contra la barbarie nazi. 

Claro que se puede analizar críticamente la historia pero es una imbecilidad, algo más que simbólica, pretender reescribirla o negarla con el derribo de estatuas. 

También se puede criticar el presente, sin establecer a priori exclusiones que exige la pertenencia al grupo que otorga las etiquetas de certezas morales e ideológicas. 

Las complacencias con las dictaduras y los populismos que generan hambre y miseria son señales del fin de la realidad

"Estamos viviendo el fin de la realidad", le dijo José Manuel Caballero Bonald a Juan Cruz sobre el actual momento. Empiezo a entender al autor de Ágata ojo de gata, que cita el entrevistador, y que recuerdo, como me sucedió con todos los libros del jerezano, como feliz lectura, como auténtico disfrute, cuando todo estaba por venir, cuando todo era esperanza, cuando quedaba atrás la tristeza de un país sin libertad. Ahora llega el fuego purificador de la historia, que si es coherente, y como no hay pasado ni presente ni persona que no contenga espacios de sombra, ese fuego no dejará nada ni a nadie sobre la faz de la tierra. Como en el relato bíblico de Sodoma y Gomorra, y no sabremos muy bien en base a qué códigos morales, todo testimonio del pasado será pasto del fuego en la pira de un nuevo rito funerario: el del fin de la realidad. Toca otra dimensión. Las trompetas del final sonarán cuando arrojen la pintura, ignoro el color, sobre la placa y la fachada de la Karl Marx House en Trier. 

Los caballos van tan desbocados que hasta la señora alcaldesa de Barcelona pide ahora un momento de sosiego ante la urgencia de algunos por mandar al carajo el monumento a Colón, todo un símbolo de la capital catalana. Y bastante más que eso, claro, que es lo que molesta. 

Andan sueltos los jinetes del apocalipsis, y no solo en forma de virus mortal. La guerra contra las estatuas y las complacencias con las dictaduras y los populismo que generan hambre y miseria son señales del fin de la realidad. 

Me embarco Mar adentro con Caballero Bonald, en una navegación por lo ignoto y ante uno de los terrores instintivos que representa el mar. El fuego purificador pone fin a todo, el mar sin embargo abre caminos de creatividad y libertad.

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