Opinión

De Sargadelos al jardín

SARGADELOS ES un peregrinar de gente que visita en estos días la factoría y se interesa por el proceso de elaboración de la cerámica. El número de coches aparcados en el entorno de la fábrica sorprende al visitante. La gran concentración de personas que se encuentra en la tienda-galería y en el recorrido guiado por el interior de las instalaciones confirman la primera impresión. Sargadelos es un símbolo, este sí, de auténtica calidad de Galicia, que se ha salvado de la crisis que amenazó con mandarla de nuevo a los archivos de la historia. Ahora fue la decidida y comprometida acción del empresario Segismundo García. Antes, el reinicio moderno, fueron Isaac Díaz Pardo, Luis Seoane y quienes les acompañaron en el impulso y financiación de su histórica iniciativa: recuperar o reiventar la cerámica de Sargadelos y todo el impulso empresarial y cultural que lo rodea. La concentración de visitantes en Sargadelos puede entenderse como la necesidad de que esa realidad empresarial y cultural, ese símbolo de Galicia, permanezca firme, como componente demostrativo de que tradición y modernidad han de ir de la mano.

El recorrido de Viveiro a Ribadeo por A Mariña lucense, con los eternos problemas de esa carretera, es el encuentro con aquellos veranos humanizados, de calma y buen vivir, de disfrute del silencio, de la música del agua, de la conversación con el reloj y el calendario parado. Nada que ver con estos paquetes de consumo a ritmo programado de playa o barco, citas que son compromisos de alcohol y ruido que contrastan con los encuentros para el diálogo y el dejar transcurrir la sobremesa o la tarde hasta que la proximidad de la noche trae el silencio. Es el regreso y el encuentro con el tiempo perdido. El goce real como en la lectura de Proust, que nos lleva desde su cuarto al jardín nocturno. La jornada es de plenitud. Tras un almuerzo en el Voar de Ribadeo nos ofrecen la oportunidad de visitar, en el atardecer, el jardín de un pazo. Un inmenso y solemne tilo, de porte natural majestuoso, está próximo a la capilla en Fontao. Es un espacio de silencio, con el fondo de agua y el tránsito del aire entre las hojas de los árboles. Esta visita supone una clase práctica, con profesor destacado que nos guía, que siguiese a la lectura de El jardín de los pazos, de Jesús Ángel Sánchez García. Transcurre entre múltiples variedades de hortensias, la presencia constante de los agapantos y, necesariamente en jardín gallego, los camelios, la hermosura del brezo y el verde eterno del boj.

Galicia, y muy especialmente la Mariña luguesa, de pazos y casas de indianos, debería fomentar y exhibir el jardín. Mantenerlos, cuidarlos y mostrarlos como un reclamo. En el paquete de turismo de calidad que supone la suavidad del clima, la excelencia de la gastronomía, incorporaría como prioridad la conservación y cuidado del paisaje y los jardines que muestran el rostro de un país cultivado en la sensibilidad, la estética y el vivir.

Solo de tiempo en tiempo en la llamada a Galicia aparecen como curiosidad los jardines de Santa Cruz o de Oca cuando estos, como tantos otros, deberían formar parte de la tarjeta de presentación de un país que cuida, disfruta y goza en plenitud la belleza.