Opinión

Cazas de brujas

VEO A VECES The Graham Norton Show,  un programa de la televisión británica que, cada vez estoy más convencida, aquí sería impensable. Es tremendamente divertido y por él desfilan personajes hiperfamosos,  que hablan con mucha gracia de lo divino y de lo humano y no tienen reparo en contar sus momentos de trágame tierra o detalles personales y hasta íntimos que, qué quieren que les diga, a mi me parece que les hacen muy humanos.

Desde que descubrí ese programa ando echando de menos algo similar en la televisión española. No lo hay. Con todo, a veces creo que el programa de Pablo Motos es lo más parecido. Al menos se respira ahí cierta frescura. No me extraña que, dado el páramo que le rodea,  tenga las audiencias por las nubes.

Y que te guste un programa, por si alguien no había caído en la cuenta, no exige estar de acuerdo con lo que se dice en él. Ni siquiera tiene que caerte bien el presentador. Y no es obligatorio verlo, ni ir de invitado.

Sin embargo, ser distinto y original es de alto riesgo en este país, donde las cazas de brujas vuelven y donde una metedura de pata te puede salir muy cara. Estamos rodeados de censores y guardianes de la moral al más puro estilo iraní o catarí. Y nadie se libra de ellos. No hay más que ver lo que les pasó a las responsables del podcast Estirando el chicle, pisoteadas por muchos que seguro que ellas pensaban que eran de los suyos. De nuevo hay que mirar fuera para respirar aire fresco y libertad. Qué pena.

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