Opinión

Un año nefasto

Este año 2020 que acaba de cerrar la segunda década del siglo XXI hay que calificarlo de nefasto. Aciago, desgraciado pues. Por eso su final lo vemos con alivio, con la esperanza de que con su fin y la confianza puesta en las vacunas y en definitiva en nuevos fármacos, en el 2021 que se inicia, podamos recuperar la vida colectiva. 

El hombre es un ser social, por eso a la vida individual se contrapone la vida social, la que compartimos con los demás. Nuestra existencia no tiene mayoritariamente vocación eremítica; hoy el anacoreta es un ser extravagante, pues los individuos tienden en nuestros días a convivir intensamente casi todo. No solo viviéndolo, sino también compartiendo al instante lo que hace en comunidad y también lo que hace solo, como lo acreditan millones de mensajes emitidos cada minuto por Facebook, Instagram, etc. 

En los últimos lustros, ya cada vez más acentuadamente, lo tendemos a compartir casi todo, de modo que a veces parece que lo que individualmente hacemos parece algo falto de la misma vitalidad o de la relevancia que lo que es protagonizado por el grupo, sea el que sea. 

Por eso, la obligatoria permanencia en una especie de cápsula espacial a la que nos hemos visto abocados, más o menos rigurosa en función de la mayor o menor observancia de las recomendaciones de las autoridades sanitarias y de los expertos, en definitiva de lo que constituye la más efectiva prevención, por no decir que la única que no entraña riesgo de contagio, la inmersión forzada en la soledad, nos resulta dura y tediosa, sin que nos libere de ella la comunicación telemática, que alivia pero no sustituye con éxito el contacto personal. 

Los días trascurridos desde marzo se han ido deslizando y sin darnos cuenta han trascurrido diez meses, y aunque la situación es más o menos la misma que al principio de la crisis existencial que todo esto ha entrañado, se avistan ya en el horizonte —más o menos inmediato— soluciones y remedios que pueden poner fin a la alteración de nuestro modo de vivir. 

Nunca choveu que non escampara. Esperemos poder decir pronto, 'acta est fabula', la historia del covid-19 se ha terminado

Algo bueno ha tenido la permanencia en casa: hemos encontrado muchos de los objetos extraviados, o ya sabemos que estaban definitivamente perdidos, lo que nos libera de volver a buscarlos. Es una consecuencia de la permanencia en las casas muchas más horas de las habituales. Y en medio de un gasto público desmesurado las familias, la mayoría de ellas, han aumentado sus ahorros, porque, se quiera o no, en casa se gasta menos; acaso sea uno de los pocos efectos positivos del modo de vivir al que nos hemos visto obligados. 

Yo, la verdad, por no soportar la mascarilla he renunciado a pasear y andar lo que conviene al bienestar corporal. La mascarilla tiene bastante de ‘bozal’ pensando en la sensación que a mí me produce. Es como estar y no estar, pues oculta el gesto y mediatiza la comunicación que, aun inconscientemente, intercambiamos unos y otros con los gestos faciales. La mascarilla oculta las sonrisas, y sin ellas se convive peor. 

Y todo esto ha acontecido en una sociedad en la que abundan los hogares en los que viven una o dos personas, concretamente el 55% en Galicia, en la que lo hacen solos los habitantes del 30% de las viviendas. Sin duda las familias numerosas han sobrellevado mucho mejor el aislamiento, y los que lo han capeado en solitario han visto como se acentuaba su soledad. 

En fin, nada es para siempre, tampoco lo nefasto, de manera que se acaba este aciago periodo anual. Y su fin nos sirve para formular augurios esperanzados de que el año que da inicio a la tercera década del siglo nos traiga alegrías que compensen de las tristezas padecidas. "Nunca choveu que non escampara". Esperemos poder decir pronto, acta est fabula, la historia del covid-19 se ha terminado. 

Y así, desde estas páginas amigas, les deseo toda suerte de felicidades en el año que comienza.

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