Opinión

Tensión

Las medidas adoptadas para encarar la emergencia sanitaria, y la epidemia que la ha causado, están originando tensiones en muchos ámbitos.

Unos y otros están reaccionando en el intento de cohibir los efectos desfavorables, y hablan como si los pudieran paliar en su totalidad, de modo que la mayoría puede llegar a creer que las medidas adoptadas o que puedan aun adoptarse podrían operar como remedio de todos ellos.

Se percibe improvisación, se capta desorden dictado por las urgencias y se constata falta de dirección, y todo ello será más o menos importante en la medida de la imprudencia que entrañe, pues ya escribió Gracián que «no hay mas dicha ni desdicha que prudencia e imprudencia» y bastantes desdichas vamos a tener que soportar para que las aumentemos con la imprudencia de los dirigentes.

Esta crisis llega en un momento dificultoso para nosotros, ya que el Gobierno solo tiene el apoyo de una precaria y heterogénea minoría mayoritaria en el Congreso y se sientan en el Consejo de Ministros elementos marxista-comunistas, que generalmente aprovechan las ocasiones, y no proporcionan confianza ni siquiera a los suyos.

Viene a cuento: podía el señor Iglesias escribir un libro sobre el patriotismo fiscal del que ha hablado esta semana que en su boca sonaba a sorna y que podría explicar bien en qué consiste a los que pagan impuestos y sobre todo a los que nunca han soportado una imposición directa, que son muchos, desgranando para ellos las pautas que definen el calificado como patriotismo fiscal que hasta ahora no ha merecido la atención de la doctrina científica.

Claro que lo primero es deslindar lo que son grandes patrimonios de los meros ahorros y no estaría mal que el camarada Iglesias orientara al respetable sobre la línea que separa una y otra realidad, porque como escribía la pasada semana un millón de euros no puede considerarse un gran patrimonio, aunque la residencia de Galapagar no pertenezca al poseedor de peinado característico que la disfruta, sino a Podemos o vayan ustedes a saber.

Anuncios de aumentos indiscriminados de impuestos mientras los ciudadanos soportan un confinamiento que ya se alarga más de dos meses, actitudes y decisiones caracterizadas demasiadas veces por la improvisación, disputas acerca de las competencias entre el Estado y la autonomías que revelan que nuestro modelo de descentralización no está preparado adecuadamente para las pruebas que le exige la extraordinaria situación que hay que manejar, intervenciones inoportunas y desproporcionadas en puntuales situaciones relacionadas con el orden público, inconvenientes por no adecuarse a lo que la realidad requería, y tantas otras cosas van minando la confianza en los poderes públicos, que promete que algunas cosas no ocurrirán, que al acaecer generan impotencia, desesperanza y más desconfianza.

Entretanto se van formando negros nubarrones sobre la empresa socioeconómica en que un país moderno y del primer mundo consiste, sin que parezca que a nadie ocupa la responsabilidad de disponerse a conjurar, hasta donde sea posible, no hay que hacerse ilusiones sin fundamento, toda esa serie de amenazas que pueden dar al traste con la continuidad del razonable bienestar que habíamos alcanzado.

No, más parece esto la fábula de la cigarra y la hormiga, con olvido de que esta, aunque sea la Unión Europea, que no lo es, no asumirá costes que no quiera compartir, por las razones que sean.

Es tiempo de cohesionar a la sociedad española, no de tensionarla, y eso se consigue con la claridad, la sinceridad, la responsabilidad y la transparencia de la que tanto gusta ahora… hablar; y claro, con la prudencia como guía de la actuación pública.

Si no, la tensión latente se acentuará, y las contrariedades, que van a ser muchas, serán más graves y difíciles para todos.

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