Opinión

Hay que sobreponerse

CUANDO LLEGAMOS a los últimos días de esta estación estival de 2020 nos percatamos de que este verano que consume sus últimas semanas ha sido como la primavera, y como va a ser el otoño y ya veremos si también el invierno, un vivir sin pulso a causa del virus que irrumpió en nuestras vidas a principios de marzo y que nos ha recordado nuestra fragilidad y también que nuestro bienestar puede esfumarse en pocas semanas, y que lo que cuesta años construir se volatiliza tan rápidamente que apenas nos apercibimos de ello.

Ha habido verano, sí, pero ha sido un estío sin las luces vitales que lo caracterizan. Ha hecho calor, mucho, pero no lo hemos disfrutado ruidosamente, como se disfruta y se combate el calor. Ha habido día de la Virgen, sí, le hemos rezado, y le hemos pedido su intercesión para rescatar la vida perdida, porque vivir es algo más que esto. Lo sabemos y lo sentimos.

Además, visto como evolucionan los acontecimientos, la preocupación de quienes vemos más allá del día de hoy se va acrecentando. La crisis económica y social está servida, y solo podremos moderarla, evitarla es ya imposible. Ahora las clases educativas no se sabe aún si van a ser presenciales, los espectáculos es evidente que no se celebran y cuando eso ocurre, no son como esperamos, el impulso vital tiende a ser principalmente defensivo, los viajes los vemos desde una óptica distinta, los servicios de todo tipo siguen alterados, los hoteles nos privan entre otras cosas del bufé de desayuno tal como era servido hasta ahora, de suerte que ese momento del comienzo del día resulta mutilado por las llamadas medidas de seguridad, que solo son prevenciones, pues son ciertamente poco seguras.

Salimos, llamamos el ascensor y nos damos cuenta que hemos olvidado la mascarilla, que a pesar de agobiarnos, a mi me resulta bastante insoportable, tiende a ser descuidada sin remedio, por ordenados que seamos.

La crónica de este verano es sin duda la de un gran vacío y la de un tiempo incómodo: en ella tendrían lugar la referencia a las fiestas suspendidas, a las celebraciones aplazadas, a los proyectos pospuestos, y a tantos empeños frustrados.

¿Qué hay que hacer? Pues sobreponernos, enfrentarnos decididamente a la realidad y recuperar el curso de nuestras vidas y la vida en sociedad como debe ser, socializando, aproximándonos, viviendo apretadamente todo lo que pueda compartirse, en cuanto sea posible.

Ciertamente los datos nos dicen que la sociedad española, eso que algunos creen que es una entelequia y resulta que somos nosotros —bueno, ese individuo que preside la Cámara de Comercio de Barcelona, Canadell creo que se apellida el tipo, por su entusiasmo contumaz y sin desaliento en autoexcluirse, no— nos dicen, repito, que lo vamos a pasar peor que otros, que vamos a tardar más en recuperarnos y que la epidemia nos ha infligido un daño mayor. Eso, si ha sido así, así ha sido, y no es cuestión de polemizar sobre los hechos. Quienes han tenido en esto responsabilidad, todos, tendrán que asumirla antes o después. Pero eso no nos libera de nuestra carga ni de la mascarilla. De esta última podremos por fin desprendernos felizmente cuando una vacuna o una terapia que remedie los efectos del virus sea realidad, esperemos que pronto. De lo otro solo podremos nosotros liberarnos, Afrontando decididamente la contrariedad, recuperando nuestro trabajo y asegurando nuestro porvenir. Y tenemos que hacerlo ya, por mucha que sea la adversidad.

Siempre me sorprenden las restauradas vidrieras de los templos góticos alemanes que parece que son aquellas destruidas por las bombas de la segunda guerra mundial. Con determinación, trabajo, responsabilidad, compromiso, ilusión y responsabilidad no hay nada que no se pueda superar. Eso es sobreponerse y a ello nos debemos disponer. Y dejemos a los habladores que no producen más que palabras huecas, con su matraca según ellos ordenada a procurar "cuidados para todas y todos". De eso, como decía mi abuelo, "Dios nos libre".

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