Opinión

Prácticas particularistas

Si se celebra un referéndum, lo que parece inadmisible es que cinco años después se pretenda que tenga lugar otro, como vienen demandando los nacionalistas escoceses

EN MEDIO de un mundo que se caracteriza por la globalización algunos particularismos buscan un espacio imposible, porque la globalización y los minimalismos políticos son incompatibles. Queda por saber si tales movimientos, que exhiben una aparente fortaleza obedecen a alguna pulsión desconocida, o simplemente a la propensión a obrar por el propio albedrio determinado por un interés egoísta. Las elecciones de Gran Bretaña del pasado jueves tuvieron un resultado muy parecido al referéndum del Brexit. Los británicos que desean permanecer en la Unión Europea y los que quieren abandonarla son más o menos el mismo número; no nos puede confundir el resultado en escaños que viene determinado por el sistema electoral, que es allí mayoritario a una sola vuelta.

Sin embargo, en Escocia el Partido Nacionalista Escocés ha obtenido un resultado brillante, celebrado por cierto con gran alharaca por el nacionalismo catalán y sus terminales, que son en Cataluña muchos, basta ver el análisis que del asunto hacía La Vanguardia.

Ese resultado, sin duda acusado a favor de los nacionalistas escoceses, obtuvieron 48 de los 59 escaños en juego en su territorio, y un 45% de los votos emitidos, no es revelador de que haya cambiado nada desde la celebración del referéndum en 2014.

No obstante la líder y ministra principal escocesa Sturgeon, demanda ya un nuevo referéndum. Es verdad que los escoceses pueden argumentar que lo mismo que los británicos en conjunto quieren abandonar la Unión Europea ellos desean hacerlo respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Pero no es lo mismo, pues este es un estado soberano y la Unión Europea no lo es.

Al margen de la consideración anterior la cuestión no es otra que ponderar la razón por la que estos fenómenos de exacerbación de los sentimientos particularistas que impulsan deseos y voluntades de separación y, hay que decirlo de división social, tienen en un mundo que cada vez desdeña más las fronteras, un aparente éxito, una cierta fuerza.

La respuesta no es simple, y obedece a muchos factores. Es curioso no obstante que solo tenga lugar en territorios prósperos, con olvido de que la prosperidad no ha sido nunca, y aun lo es menos hoy, algo que se produzca sin participación de otros. Podría decirse incluso que la prosperidad de unos es algo que guarda relación con un menor bienestar de otros. El equilibrio es imperfecto, y la distribución del bienestar es por tanto irregular.

Si un territorio ha evolucionado muy favorablemente, sin negar que en él se hayan gestionado mejor —o al menos bien— los intereses y las actividades, no sería posible la cierta desigualdad que la mayor prosperidad entraña sin una menor prosperidad de otros, que son necesariamente los próximos que a la postre contribuyen como consumidores a esa prosperidad.

Al final, no hay más que ver las reivindicaciones y las razones esgrimidas por los que predican y demandan las separaciones, para comprobar que lo que se busca es asegurar y fortalecer la prosperidad propia con desdén de la de los demás, con una actitud egoísta que niega la solidaridad.

Sorprende la autoidentificación pretendiendo ser algo distinto y que esto se proclame como si tuviera algún fundamento. Oriol Junqueras en una entrevista que publicaba la Razón esta semana —curioso régimen penitenciario el de un interno que mantiene entrevistas con medios de comunicación— decía que le gustaría ir a Esparralejo (Extremadura) o a Torre de Pedro Gil (Jaén) donde nacieron sus bisabuelos «para hablar a la gente y explicarles lo que somos, porque sin diálogo es imposible entenderse» ¿Qué creerá él que es, y que podrá explicar a los paisanos de sus bisabuelos? Solo podría contarles en mi apreciación, que ellos, los que viven en Cataluña, tienen más prosperidad y que no quieren ser en nada solidarios con los que comparten, lo quiera o no, la misma genética y pertenecen a la misma familia por razones históricas y culturales.

Nada es imposible claro, pero estas aventuras, por las razones que señalaba el Tribunal Supremo de Canadá al examinar las pretensiones independentistas de Quebec, solo pueden cursar con la determinada y expresada voluntad de una muy amplia y cierta mayoría. Esto es con un porcentaje muy superior al cincuenta por ciento, con una participación no inferior a un umbral próximo al ochenta por ciento del censo.

Y desde luego, si se celebra un referéndum, lo que parece inadmisible es que cinco años después se pretenda que tenga lugar otro como vienen demandando los nacionalistas escoceses y ahora reivindica de nuevo la señora Sturgeon. La obsesión no puede reclamar plebiscitos, uno tras otro, hasta que alguna vez salga como se desea. Solo una nueva generación tendría legitimidad para plantear de nuevo la cuestión, que dada la evolución de la historia, no parece que haya muchas dudas, tendrá en todas partes un resultado adverso para los particularismos, allí donde se consulte en un ambiente de libertad y normalidad, sin las que nunca debe celebrarse consulta alguna.

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