Opinión

Julio de 2016

DECÍA hace unas semanas que la jornada del 18 de julio y las precedentes habían sido, al menos desde mi percepción, inesperadamente ajenas a lo que en dicha fecha de 1936 tuvo lugar. Pues la constante apelación al franquismo y demás que vivimos, parecía que hacía predecir una nueva actualidad la actualidad de unos hechos que son de una generación pasada.

Y es a eso a lo que me quiero referir, porque el asunto como era de prever, no ha defraudado: De una parte ahora la Diputación coruñesa ha privado al general Franco, ahora, 80 años después, de los títulos de hijo predilecto de la provincia y presidente honorario de la Corporación provincial, la de Lugo, más bien sus portavoces si lo leí correctamente condenan el golpe militar del 18 de julio. Y en el Ayuntamiento de Barcelona se enzarzan en una disputa acerca de la oportunidad de exhibir en el Borne, en el marco de una exposición, la estatua ecuestre de Franco que estaba en Montjuich y un ángel de la victoria, y todos contemplamos y somos testigos de este espectáculo.

Todo obedece al énfasis que entre nosotros se les suele dar a las posiciones que se adoptan. Todo lo enfático suele ser excesivo, y en eso creo que se está, porque muchas de los gestos protagonizados por unos y otros a nada conducen.

En cualquier caso, ochenta años después ha quedado patente que como enseña la historia ni la victoria ni la derrota es para siempre. Yo, como ya habrán podido deducir creo que lo que es ya materia propia de Clío, en manos de la diosa de la historia hay que dejarla. Y no tengo dudas: las victorias y las derrotas no son para siempre, y les suceden otras con otros victoriosos y otros derrotados, pero no se muda el ayer, no está al alcance de los hombres. Cuidemos de administrar nuestro presente y de asegurar el futuro mejor posible, y dejemos que las historias de ayer vayan reposando en su lugar, su lecho ya inevitable.

Francamente, no sé en que fortalece la dignidad de todos reconsiderar honores concedidos a difuntos, no de ayer, sino de hace cuarenta años. Alguien lo sabrá.

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