Opinión

Identidad

La autonomía ha sido, fundamentalmente en Cataluña y en el País Vasco, aunque no solo allí, un vehículo de desunión, porque se ha utilizado el poder autónomo con ese designio 

CUANDO ACABAMOS de conmemorar los cuarenta años de nuestra vigente Constitución hay que constatar que en estos cuatro lustros la sociedad española no ha avanzado en cohesión y en unidad, más bien lo contrario, de modo que en esa cuestión fundamental para el futuro de nuestro cuerpo social, y la entidad nacional que España constituye lo es, la apuesta que ha supuesto la descentralización del Estado ciertamente muy profunda, que era reclamada por algunos, no por tantos, como receta que conduciría a fortalecer la unidad, y que acogida por la Carta Magna  es hoy una realidad en todos los territorios, ha resultado un fracaso. Puntualizo, en este aspecto relevante, aunque haya entrañado exitos innegables en otros.

Sí, hay más Andalucía, más Canarias o más Galicia,  la ciudadanía se siente en términos generales más de aquí o de allí, se resucitan o inventan tradiciones olvidadas, hasta se recrea la cocina local, pero el sentimiento común de identidad con el que estamos en el mundo, por muy global que ahora sea, se ha diluido y fragilizado.

Si solo fuera eso, con ser sin duda muy poco conveniente, la cosa sería preocupante pero de algún modo podría confiarse en un espontaneo reequilibrio de las emociones dominantes. Pero lo que en algunas comunidades acaece, eso ya es otra cosa. Son en general los territorios que demandaron la autonomía, y en definitiva fueron los postulantes de la razón de que la Constitución las contemplara. El alegato, o uno de ellos, acaso el que quisieron oír o les convino escuchar a los que impulsaron la receta descentralizadora en la Ley Fundamental, fue que eso conduciría a fortalecer la unidad y las regiones, las nacionalidades en la Constitución, estarían mejor en España; empleo una expresión de tiempo más tardío, pero que de alguna manera fue patente al principio.

El resultado es conocido. La autonomía ha sido, fundamentalmente en Cataluña y en el País Vasco, aunque no solo allí, un vehículo de desunión, porque en determinadas circunstancias se ha utilizado el poder autónomo con ese designio, y eso ha supuesto finalmente  la negación militante de su identidad española por parte de sectores de la ciudadanía.

Españoles son todos ellos, porque su ciudadanía es española, y a estas alturas, más de quinientos años después, hablar por ejemplo de una nacionalidad catalana es una ucronía —recuerdo lo que ese término quiere decir: "Reconstrucción histórica construida lógicamente que se basa en hechos posibles pero que no ha sucedido realmente"— y lo es porque de entrada, siempre lo digo porque así fue, y no vamos ahora a ‘comprar’ pintorescas ideas, como la de que la Corona de Aragón era ‘confederal’, y menos negar lo que históricamente sucedió,  Cataluña al integrarse en la Corona de Aragón en 1150 como consecuencia  del matrimonio de Ramón berenguer IV Conde de barcelona con Petronila, después Reina de Aragón, sin que esa integración se quebrara ya nunca hasta la unión de Castilla y Aragón merced a las nupcias de los Reyes Católicos, es lo cierto que dejo de ser un sujeto propio histórica y políticamente. Desde el siglo XII pues, Cataluña fue un elemento constitutivo del Reino de Aragón. De modo que para todos esos ciudadanos la condición de españoles les viene dada como resultado de un proceso histórico. No lo desmiente, todo lo contrario, lo sucedido en la Guerra de Sucesión suscitada a la muerte de Carlos II. Los lideres catalanes que primero mostraron su vasallaje al pretendiente francés Felipe V, después decidieron optar por  Archiduque de Austria, pero en ambos casos, es clara la conclusión, todo giró acerca del trono de España, y en ningún momento se ventiló en ese conflicto nada que tuviera que ver con conflicto alguno entre los catalanes y los demás españoles. No es lo que enseñan por allí, pero es lo que sucedió. Atengámonos a la verdad histórica.

Lo cierto es que estamos aquí, y padecemos, porque no hay que engañarse, todos los sufrimos, algo tan lacerante como la negación de su identidad española por parte de un número significativo de conciudadanos, que además son en muchos casos parientes, se apellidan como nosotros y aunque pretendan que no es así, son como nosotros, porque quinientos años de convivir generan mucho parecido.

Solo tenemos una reacción posible. En esto no hay opciones. Solo podemos afirmar nuestro derecho a ser españoles, la identidad española no puede ponerse en cuestión, como tampoco caprichosa y arbitrariamente, por egoísmo u oportunidad y menos por capricho, por grato que sea a los caprichosos, puede admitirse que se cuestione lo que es hoy, porque es consecuencia invariable de lo que ha sido. La ucronía es a su vez lo que es, o sea, lo que no es, por lo que nunca ha sido. La conclusión es la que es. Acerca de la identidad, hoy y ahora, no hay alternativas. Así lo creo.
 

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