Opinión

Huele a leche y a adoquín

Ahora se considera que es algo vulgar, pero no sé si recuerdan que hasta hace unas dos décadas era casi obligatorio en el protocolo doméstico enseñarle la casa a cualquier visita. Empieza a pasarnos lo mismo con los candidatos a la presidencia; estamos necesitando cambiar el chip y dejar de enseñarlos.  

En cualquier caso y entrando en materia, una de las cosas que más rápido quedó clara durante el debate es que cuando Pedro Sánchez publique sus memorias como presidente no cabrá otro título posible para esa obra que no sea Pasaba por aquí. Cierto es que tiene su mérito tener el coraje suficiente como para que tu principal propuesta para los otros partidos sea que rompan el bloqueo a tu favor o que, en caso contrario, dejen gobernar a la lista más votada. Yo o yo, double win y sin arriesgar.

También sobre seguro jugó Casado, que ha aprendido desde la última ocasión y se ha dado cuenta que, en lo que respecta a sí mismo, menos es más. Su perfil bajo durante esta campaña, que tan bien sienta a su partido en las encuestas, ha tenido cierta continuidad en el debate. Charcos los justos, un poquito de cambalache ma non tropo y luciendo esa barba estival que está alargando este año para que, quizá, olvidemos que fue el jovencito nervioso que intentó ir a por el voto de Vox en el debate de las anteriores elecciones, asustando a los suyos al comprarle una mercancía viciada a Abascal.

Por su parte, Rivera lo tenía fácil. Después de embarrancar el fin de semana con las encuestas y la tontería del perrito, al que este lunes le abría cuenta de Twitter, sólo le quedaba margen de mejora. "Todavía huele a leche", dijo del perro sin saber que a él le iba a pasar lo mismo en cuanto sacase el adoquín y siguiese facilitando la parodia de sí mismo en la que se está convirtiendo. Ya son varios debates y no logra controlar su nerviosismo, lo único que hace es proyectarlo: "No se ponga nervioso", le dijo a todo el mundo este lunes en varias ocasiones.

Y si Rivera se está estancando sobre la imagen de un candidato-meme, Iglesias empieza a parecer por momentos otro estereotipo: el del novio profesor de tu prima, que el primer día te pareció un piquito de oro pero que, a la segunda Navidad, acabó por aburrirte con su soniquete repetitivo. Iglesias, el mejor orador de los presentes y el más fluido en los cambalaches, parece haberse agotado.

Y si el de Podemos es el mejor en el campo de la oratoria, el peor en este terreno fue Abascal. Pese a ello y preocupantemente, ha sido el que ha colocado mejor su mensaje para los suyos: las autonomías son el séptimo sello del Estado de Bienestar, los inmigrantes son una plaga y la violencia machista es un ente publicitario. Hay que agradecerle, al menos, que no se haya puesto a recitar soporíferamente nombres de inmigrantes como hace cuando va a Colón.

Resumiendo, a partir de hoy si me preguntan si creo en los debates como herramienta movilizadora -lo que creía hasta ahora- contestaré lo mismo que dijo Jimmy Giménez Arnau cuando le preguntaron si creía en la fidelidad: "Sí, creo, todos los días menos los lunes y los jueves".